viernes, 19 de agosto de 2011

Cuba y Venezuela: coincidencias sobre ruedas.



Muchos hombres nacieron jugando a los soldados, a los vaqueros o a los futbolistas, y algunos, o todos en algún tiempo, jugaron con carritos. Desde los de metal traídos de Japón, Taiwán o China; de plástico caídos de una piñata o de madera y tapas de gaseosa hechos por un ebanista en el pueblo. Esa inclinación acompaña a algunos hasta la adolescencia y en ciertos casos graves, en la edad adulta.

Los automóviles se convirtieron, desde su aparición hace más de un siglo, en parte del paisaje y de los rasgos de pueblos y civilizaciones. De ahí que se hablara de los carros americanos, para diferenciarlos de los europeos, por su diferencia de tamaño y consumo.  Y que en años más recientes, se hablara de coches japoneses, por su fisonomía inconfundible, a lo que siguieron los autos coreanos. Ello sin hablar de los automóviles rusos de los tiempos de la Cortina de Hierro, imitaciones de los de Detroit con aletas y enormes motores V-8 .  Y ahora los chinos, que tienen de todo.

La industria automovilística norteamericana tuvo su época dorada entre los años 50, 60 y 70, en las que sus automóviles se caracterizaron por la opulencia, hasta cuando el embargo petrolero dispuesto por los jeques árabes obligó a repensar los tamaños de carrocerías y motores.

Por entonces algunos países eran satélites del mercado automovilístico gringo, especialmente los del área del Caribe.  De aquel esplendor poco queda y diríamos que los vestigios se reducen a dos países: Cuba y Venezuela. Cuyos gobiernos hoy en día andan muy amigos.

Cuba es un verdadero museo de ruedas, pero con piezas de finales de los 50, cuando la revolución de Fidel tumbó a Fulgencio Batista. Los viejos y remendados Ford, Mercury, Chevrolet, Oldsmobile, Buick, Pontiac, Chrysler, Dodge, Plymouth y De Soto sobreviven por las calles de La Habana.

Y Venezuela, que fue tal vez el mejor mercado de carros gringos durante casi cuatro décadas, por la bonanza petrolera y el bajo precio de la gasolina,  ahora está llena de antiguallas, muchas en estado deplorable, ante la mala situación económica del país.

Los Chevrolet Caprice, Impala y Malibú, los Ford LTD y Fairlane, los Chrysler New Yorker y los Dodge Coronet y Dart de los 70 y 80, todos V-8, circulan por las calles de las principales ciudades venezolanas y se niegan a jubilarse.

En Maracaibo, la ciudad petrolera por excelencia, las avenidas de mayor tráfico están llenas de cacharros de éstos, cuyos grandes motores se alimentan a bajo precio con combustible muy barato.

Resulta gracioso, pero cuando las autoridades de la ciudad intentaron sacar de las calles estas lacras de los 70 y 80, los choferes invocaron su derecho al trabajo y las autoridades de la capital del Zulia, por lo demás afines al gobernante de boína roja, les dieron gusto. Y como si fuera poco, terminaron adoptando como parte del folclor de la ciudad la vetusta flotilla de “carros por puesto”, es decir, los que venden sus cinco cupos.

Resultado, aquí vemos un Ford Fairmont 1980, que para su tiempo era un vehículo compacto en EEUU y ahora resulta grande. Y sigue campante de servicio en Maracaibo. Y al lado de compañeros de mayor alcurnia como los cotizados y viejos Caprice y LTD, ostenta con orgullo la placa de la República Bolivariana, lo único nuevo en esa tonelada de lata.

Cuba y Venezuela, guardadas las proporciones, se parecen en algo más que sus sistemas políticos y sus acentos del Caribe.

1 comentario:

  1. Pero la calidad de los bonos también importa. Los bonos de alto rendimiento (basura) tienden a ser más volátiles. Y los bonos extranjeros, denominados en otras monedas, también tienden a ser más volátiles debido al flujo de divisas. https://theencouragemint.com/que-es-la-desviacion-estandar-en-la-inversion-de-bonos/

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