lunes, 25 de febrero de 2013

Vamos a tumbar a Bogotá. Historia de las demoliciones

                                          En la situación actual el romanticismo no funciona.
                                                                                              Germán Téllez (*)
 
A Bogotá la están demoliendo literalmente. El desmadre administrativo que sufre la ciudad desde hace varios alcaldes y que con el actual ha alcanzado su máxima expresión, tiene entre sus víctimas el patrimonio urbano de la capital de Colombia.

Sin saber cómo y sin darnos cuenta, las normas que protegían los bienes de conservación prácticamente desaparecieron para dar patente a la acción voraz de las picas y martillos que se están llevando valiosas muestras de la arquitectura nacional para dejar el terreno libre a los constructores, con el argumento de que no hay tierra suficiente para urbanizar.

Están tumbando en Chapinero casas que alguna vez fueron parte de los bienes de conservación, arrasando las pocas casas que quedan en el Chicó y Santa Bárbara, conjuntos completos de casitas en Cedritos y, lo que más aterra, edificios enteros de apartamentos, para reemplazarlos por otros más altos y por supuesto más rentables, pero muchísimo más rentables.

Ignoramos si exista una historia de las demoliciones, una tesis de grado sobre este procedimiento en nuestro medio. Pero en los manuales de historia y en las fotografías de la Bogotá antigua están dispersos los testimonios de construcciones que fueron derribadas o se cayeron solas.

La Catedral de Bogotá, de 1803, no es por supuesto la original, y en el parque Santander había una iglesita, la capilla del Humilladero, demolida antes de que se viniera al suelo. Y los temblores frecuentes en la Santafé de los siglos XVI, XVII y XVIII dieron al traste con numerosas construcciones, generalmente endebles, que fueron sustituidas por otras más resistentes y con mejores materiales que la tapia pisada.




Obras notables demolidas fueron el convento de la Enseñanza, en la calle 11 con 6ª, donde hoy está el Fondo de Cultura Económica, y el Palacio de Justicia que hubo en el mismo terreno hasta 1948. También se derribaron el convento de Santo Domingo, donde hoy está el mediocre edificio Murillo Toro, sede del Ministerio de Comunicaciones.

El Hotel Granada, joya de estilo francés de Manrique Martín –dicen que el diseño lo hizo en parís el arquitecto colombiano Diego Suárez–, dio paso a finales de los 50 al Banco de la República, de Rodríguez Orgaz.

Capítulo aparte merece la labor colosal que supuso abrir la carrera Décima, que tuvo que llevarse por delante construcciones valiosas como el edificio Salgado, la iglesia de Santa Inés y muchas casas bajas.
 
Algo similar pero en menor escala ocurrió al abrir la calle 19 o Ciudad de Lima, que era una calle angosta, alrededor de 1970. E incluso la carrera Séptima entre la 32 y a 72 fue ampliada en ese mismo tiempo recortando los antejardines u obligando a tumbar algunas cosas. Y algo así tuvo lugar en 1978 en la misma Séptima de la 72 a la 100.

Antes se había abierto la avenida Caracas en el centro demoliendo un costado de la víaa. Es por eso que se entiende que en muchas zonas de Bogotá los edificios sean bastante estrechos y no tengan fondo o que apenas haya aceras.

De seguro las demoliciones fueron casi manuales en sus comienzos. Pero,  hablando en términos modernos, las demoliciones más o menos técnicamente realizadas aparecieron hacia la década de 1940. De hecho los derrumbamientos de construcciones florecieron en 1948, luego de los destrozos del 9 de abril.

Entre los recuerdos de infancia figuran los letreros de finales de los 70 con el nombre de Manuel Vicente Fetecua, cuya firma compraba cuanta demolición apareciera y se encargaba de vender los materiales.

Tampoco olvidamos cómo cayó un pequeño edificio de la Séptima con 24, en el sitio conocido como Terraza Pasteur –hoy deteriorado y desprestigiado–. Aquí se incluye un recorte de prensa que lamenta la demolición y revela que ese fue el primer edificio de concreto armado que hubo en la ciudad y que lo hizo la compañía Cemento Samper.

La prensa informaba en 1973 sobre la caída de este edificio de la
Terraza Pasteur, hoy sustidido por un lamentable centro comercial

En los 70, 80 y 90 se dictaron algunas normas de conservación urbanística –hubo un famoso acuerdo del Concejo–, ya que para entonces se había desatado una de esas fiebres demoledoras para hacer edificios, oficinas y locales donde antes hubo grandes residencias.

Teusaquillo, La Magdalena, La Soledad y otros barrios cercanos al centro alcanzaron a sufrir daños y el sacrificio fue irreparable, pero se salvaron verdaderas obras de arte como La Merced, área homogénea de casas de estilo Tudor y testimonio de una era de pujanza y ascenso de la clase dirigente, así como una parte de Quinta Camacho. 

Casa del arquitectro Gabriel Serrano en la 7a. con 83. Hoy en su lugar
hay una estación de servicio. Lucía una obra del brasileño Cándido Portinari

No corrieron con tan buena suerte la riqueza de Rosales, El Nogal, la Cabrera y El Retiro, de los que poco queda.

El Chicó fue un referente del nuevo estilo nacional de los 60, un lapso de prosperidad y tranquilidad, lo más parecido al American Way of Life.

Este pequeño edificio del Chicó, a punto de ser demolido, fue
residencial y al final sirvió de oficina de Pizano, Pradilla, Caro y Restrepo.


En ello tuvo mucho que ver la empresa Ospinas y Compañía, que hace poco cumplió 75 años.

Pero de El Chicó no queda nada. Excepto, claro, la casa de la hacienda que fuera de doña Mercedes y otros herederos de don Pepe Sierra.

Lo que queda bien podría llevar un letrero parodiando un programa de televisión. “También caerán”.

Y la última moda en demoliciones está cerca de lo que se ve en las fotos de las agencias de noticias: cargas explosivas para tumbar más rápido moles de mayor tamaño para que varias plantas caigan como naipes.
 


Son las que se hacen a gran escala, como se ve en este 2013 en el Chicó y El Retiro. Se anuncia la demolición, no de uno, sino de dos edificios al tiempo. Debe ser por aquello de las economías de escala.
 
Difícil dar crédito a lo que vemos en la Séptima, donde varios edificios de vivienda aún considerados de alta gama exhiben vallas amarillas de esas de la curadurías urbanas, que anuncian a los vecinos la demolición inminente y su reemplazo por el doble de la altura. Algo impensable hace pocos años.

Dos edificios de apartamentos  de la 7a. con 80,
antes de caer, y el proyecto que los sustituirá

Preocupa la laxitud de las autoridades en materia de conservación urbana y parece que hubieran cedido ante el mercantilismo de los edificadores.

En materia normativa, el famoso acuerdo 6 de 1990, fue reglamentado por varios decretos que, entre otras, declaraban zonas de conservación las áreas de Teusaquillo, Bosque Izquierdo, La Merced y las subsedes de El Retiro, El Nogal, La Cabrera-Rosales y Quinta Camacho-Granada.



Así desaparecía la casa reservada para la vejez de los
arzobispos de Bogotá, en la 8a. con 85. Cayó en los 90.


Estas casitas, de referencias británicas, ocupaban
un terreno en la 8a con 76, cerca del Gimnasio Moderno


Desde entonces, una sucesión de normas ha incluido y excluido bienes de la lista de los que se deben conservar y muchos de ellos han sido demolidos mientras llega la orden. O se abandonan hasta que la ruina obliga a demolerlos. (Ver recuadro).

Hay quienes dicen que el Consejo Asesor de Patrimonio de Bogotá estudia cada año 50 solicitudes de exclusión de la lista. Parece fácil entonces el procedimiento. Y la que pierde es la ciudad.

El arquitecto Germán Téllez asegura que en Rosales desaparecieron en los últimos veinte años al menos 55 paradigmas de la arquitectura moderna del período 50-70. (1)
 


Esta casa de Rosales existió hasta los 80


Y esta otra, de Manuel de Vengoechea, fue la casa de Antonio
José  Uribe  Portocarrero. Allí se encuentra hoy el edificio ING.

En esto cabe recordar una anécdota del mismo Téllez sobre Eduardo Balén, propietario de una casa en la calle 70 arriba de las Séptima, quien sostenía que no podía “continuar viviendo sentado sobre tres cuartos de millón de dólares”. Por ahí pasó, diríamos a los precios actuales.

Téllez calculaba entonces que de los 750 mil predios de la ciudad, 3.800 eran joyas urbanas.

Cierto es que, como dice Carlos Niño Murcia, “ante el eterno conflicto entre tradición y cambio no se puede embalsamar el pasado y cerrarse a toda renovación”.

Desde luego que hay áreas de Bogotá que merecen renovarse. Pero muchas merecen conservarse.


 
Apéndice

7 mil inmuebles en la lista

Bogotá cuenta con aproximadamente 7 mil inmuebles públicos y privados declarados patrimoniales, que se conservan debido a sus valores arquitectónicos, artísticos o históricos, incluyendo 133 monumentos nacionales, según el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. Por patrimonio se entienden obras individuales de arquitectura habitacional, institucional, comercial, industrial, militar y religiosa. (2)

Los inmuebles ubicados en el Centro Histórico se encuentran inventariados por el decreto 678 de 1994 y los que se encuentran fuera de este por el decreto 606 de 2001.

El decreto 678 de 1994 reglamenta el Acuerdo 6 de 1990 y asigna el tratamiento especial de conservación histórica al Centro Histórico y a su sector sur del Distrito Capital. Los BIC del Centro Histórico están clasificados en:

Categoría A (Monumentos Nacionales): son los inmuebles declarados como tales por Resolución del Consejo de Monumentos Nacionales o de las entidades competentes.

Categoría B (Inmuebles de conservación arquitectónica): son aquellos que por sus valores arquitectónicos, históricos, artísticos o de contexto, deben tener un manejo especial de conservación y protección.

Categoría C (Inmuebles reedificables y lotes no edificados): son aquellos que pueden ser modificados sustancialmente, o demolerse, y aquellos no construidos susceptibles de tener desarrollo por construcción.

Categoría D (Inmuebles de transición): son aquellos ubicados en el sector sur, de que trata el artículo 1º del Decreto 678 de 1994.
 

Notas:

(*) El Tiempo. Lecturas Dominicales, Julio 8 del 2006

(1)  Revista Cambio, mayo de 2008
(2)  Web del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural.



Este pequeño edificio de apartamentos de El
Retiro (8a. con 84) espera turno de demolición






Casa del arquitecto caleño Humberto Vásquez (1970),
en ruinas poco antes de la demolición.
 
Calle 92 con 19 en enero de 2013.
Este edificio ya no existe. Se construye otro.
 


lunes, 18 de febrero de 2013

Urbanidad y urbanistas (4). Tras las huellas de Gabriel Largacha Manrique


Para esta nueva entrada de nuestra serie Urbanidad y Urbanistas, poco fue el material que encontramos para aventurar una pequeña semblanza de este arquitecto de personalidad discreta pero de obra notable en numerosas obras que aún existen, especialmente en Bogotá, donde murió en marzo de 1986.

Nieto del payanés Froilán Largacha, quien ocupara la presidencia de Colombia en 1866, en una ausencia de Tomás Cipriano de Mosquera, Gabriel Largacha nació en la capital del país en 1921 y estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia.
Alcanzo a recordar a Largacha, con su figura enjuta, al volante de un diminuto Honda Civic hacia comienzos de los 80. Recuerdo que vivía en la subida de la avenida 82 poco antes de llegar a la séptima, en una casa de su autoría, austera y contundente, como eran los trabajos de los 50.
Casa del arquitecto en la década de 1940


Tal vez la anécdota más interesante de este profesional de este personaje del urbanismo es que fue fundamental en la compañía Cuéllar Serrano Gómez y Compañía Limitada casi desde su fundación en 1945, empezando como jefe de diseño. El porqué de que su nombre no apareciera en la razón social de la firma, como sí lo hacían los de Camilo Cuéllar, Gabriel Serrano y José Gómez Pinzón, lo explicó alguna vez con gracia: “Yo soy el limitada”.
Por alguna de sus obras, Largacha ganó el primer premio en la primera bienal de arquitectura de Colombia en 1962.





Los socios fundadores de Cuéllar, Serrano y Gómez.
Y es que Largacha se caracterizó por trabajar sin figurar, siendo aún el autor de muchas de las mejores obras de la firma.

Seguros Bolívar, una de las torres que a fines
de los 50 hicieron de la Décima una moderna vía
Me llamó la atención una portadas de la revista Semana de los años 50 en la que aparece la figura menuda del arquitecto y detrás un boceto del edificio de Seguros Bolívar en la entonces moderna carrera Décima.

Este edificio marcó un hito en la historia de la construcción en el país. La obra costó 13 millones de pesos de la época, tenía estacionamiento para 200 automóviles, estación de servicio en el sótano y cafetería al estilo norteamericano, sirvió de sede no solo a la compañía de seguros, sino a Icollantas, Texaco y la Embajada de Estados Unidos y la propia firma Cuéllar Serrano y Gómez. (1)

Textos sobre la firma Cuéllar Serrano Gómez y uno que otro número de la Revista Proa publica reseñas de algunas de sus obras, una de ellas precisamente su casa de la 82 y otras realizaciones ubicadas en ese bonito sector, infortunadamente demolidas. “Las decoraciones son amables y originales (…) La composición plástica de las fachadas se concibió con planos justos, muy bien equilibrados y ajenos a la pompa”, indica la reseña sobre la casa del arquitecto.
Casa del arquitecto. Fue demolida en los 80
En algún texto de arquitectura colombiana encontré que Largacha Manrique era un gran diseñador y dibujante excepcional. Además, fuera del estudio pintaba y se conservan acuarelas hechas por él, con escenas de rincones de la Sabana de Bogotá. Se dice también que dibujaba con minuciosidad sus proyectos en acuarela. Y de esa técnica fue profesor en la Nacional, como fue catedrático en otras áreas en ese claustro y en la Universidad de los Andes.  En algunas casas amigas conservan acuarelas suyas.

También fue Presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y miembro honorario del American Institute of Architects.

En la adolescencia vimos surgir puntos de desarrollo en Bogotá como el llamado Centro Administrativo Distrital (CAD), de la carrera 30 con calle 26, llamado coloquialmente Catastro, que fue obra de Largacha y ganó la Bienal de Sao Paulo en 1974, si no me falla la memoria.
Centro Administrativo Distrital (CAD) de Bogotá o "Catastro". Con esta
obra, G. Largacha ganó el premio de la Bienal de Sao Paulo en 1974.

Pues bien. Años más tarde vimos in situ, en Brasilia, edificios gubernamentales que recuerdan mucho al CAD, como el Palaco do Buriti, sede del Gobierno del Distrito Federal, y concluimos que por eso en Brasil fue acogida la obra del colombiano. Quizá Largacha recibiera el influjo del recientemente fallecido genio carioca Oscar Niemeyer, autor de los edificios públicos de la capital federal y a quien uno de sus socios, Gabriel Serrano, admiraba por trabajos como la capilla de la Pampulha.


Palaco do Buriti, sede del Gobierno del Distrito Federal de
Brasilia, que recuerda el CAD diseñado por Largacha en Bogotá

Dentro de Cuéllar, Serrano, Gómez trabajó en proyectos como el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, la torre del Banco Cafetero o centro de comercio internacional y pocos años antes de su muerte en la sede principal del Banco de Bogotá.

Los miembros de las nuevas generaciones interesados en estos temas urbanos quizá cruzan a diario frente a algunas de las creaciones de Gabriel Largacha y de seguro se interesan por la pureza de sus líneas, sin saber que son de su autor.



(1) Notas

Niño Murcia, Carlos y Sandra Reina Mendoza. La carrera de la modernidad.
Construcción de la carrera Décima 1945-1960. Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. Bogotá, 2010.
 













lunes, 4 de febrero de 2013

Renovación del centro de Bogotá

El centro de las ciudades, eso que los españoles llaman casco viejo, el downtown de los anglosajones,  siempre estuvo presente en las poblaciones fundadas por los conquistadores españoles, con su damero tradicional, con calles rectas y cuadrículas, y una plaza mayor en la mitad.

Esta casona de la calle 18 con 6a, en la que hubo un hotel
de mala muerte, fue recuperada con fines hoteleros
Se trata del lugar en el que se reúnen los poderes públicos y religiosos, aparte de ser el lugar de encuentro de los ciudadanos. Y generalmente allí estaban el comercio, los servicios y los oficios básicos.

Bogotá no es la excepción y en la capital colombiana el centro es el lugar en el que confluyen las sedes del gobierno,  la  justicia, la administración municipal, la Iglesia y los antiguos escenarios educativos y culturales.  Pero ese núcleo cayó en desgracia y fue abandonado a su suerte por sus autoridades y por una parte de los habitantes.

Algunos reducen un poco erróneamente el centro histórico bogotano a La Candelaria, que es tan solo uno de los barrios céntricos, como también lo son La Catedral, Las Aguas, Las Nieves y La Concordia, nombres poco conocidos entre los nuevos capitalinos.
 
El hecho es que hace por lo menos tres décadas se habla de la renovación del centro e incluso hace veinte años ya había una estrategia con ese nombre, el Plan Centro. Y el centro no solo ha comenzado a resurgir hace varios años, sino que es una inagotable fuente de riqueza urbana y ofrece múltiples oportunidades de revitalización.
 
No vale la pena detenerse a analizar los intentos por renovar la zona céntrica, sus fracasos y los últimos y desafortunados gobiernos distritales. Conviene sí discutir el tema a partir de los aspectos más recientes. Y el actual alcalde lo tiene en su agenda.

La escasez de suelo urbanizable y una relativa desocupación en ciertos sitios, luego del éxodo protagonizado de hace años por la empresas privadas y el comercio de clase alta hacia el norte u occidente, crean un escenario maravilloso.

El centro ya no es la zona insegura de hace 10 o 20 años. Lo mejor de todo es que quizá nos hemos dado cuenta más por los extranjeros que visitan a Bogotá y que se interesan por el centro más que cualquier otro sector bogotano, como debe ser.

Nos parece recordar que el centro bogotano comenzó a renacer hace cosa de tres lustros, en tiempos de los alcaldes Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, cuando los bogotanos y los turistas volvieron a “gozarse” la ciudad, como decía este último.

Así comenzamos a entender que la Catedral, el Capitolio, la plaza de Bolívar, los templos y las callecitas viejas eran lo más valioso de la ciudad, más que los centros comerciales y zonas de bares y restaurantes del norte de la ciudad.
 
Hoy en día hay esfuerzos tímidos pero importantes para restaurar áreas centrales y aprovechar construcciones valiosas y poco utilizadas que merecen mejor suerte. 

Edificios como éste son una excelente opción para
oficinas o viviendas nuevas y a la vez proteger el patrimonio
No creemos equivocarnos si soñamos con que a la vuelta de diez años el centro de Bogotá será una zona densamente habitada, con lugares de vivienda, trabajo y diversión  de primera categoría, y con calles seguras y limpias por las que circulen con tranquilidad grandes y chicos. Con calidad de vida.

En el Plan de Desarrollo aprobado por el Concejo de Bogotá está contemplada la revitalización del centro y el Instituto de Patrimonio Cultural definió un proyecto de ciudad que contempla la racionalización y optimización de la movilidad, el mejoramiento de las condiciones de accesibilidad y el aumento de la oferta de espacio público, entre otros aspectos.

La iniciativa comprende La Candelaria, La Catedral, La Concordia, Egipto, Las Aguas, Santa Bárbara, Belén, Las Cruces, Lourdes y las Nieves, en donde se busca intervenir zonas deterioradas o en precarias condiciones urbanísticas y ambientales, actualizar la infraestructura de servicios públicos y aumentar el espacio público.

Uno de los objetivos de la alcaldía de Bogotá con esa estrategia es reducir el déficit de vivienda y contribuir a solucionar el problema de techo de desplazados y personas de bajos ingresos.

En este lugar se iba a construir el Centro Cultural Español. El
proyecto se canceló en el 2012 ante la crisis económica ibérica

 
Incluso el alcalde Petro solicitó al Gobierno contemplar en el plan de vivienda la posibilidad de que los edificios desocupados se destinen a vivienda de interés prioritario.

Mientras tanto, se abren paso iniciativas que oxigenan el corazón de la ciudad. Quizá las  más valiosas sean las situadas en la zona de Las Aguas.

Sin embargo una de las obras más atractivas e interesantes que se tenía por aquí, el Centro Cultural Español, se canceló por la crisis económica de España. Del proyecto solo quedan unos avisos en los terrenos en los que se iba a construir el edificio. Allí dice: “Renovación del centro…”

El terreno de la cra 3a con calle 19 anuncia renovación.
 Pero no se sabe con qué proyecto se renovará la zona.
El proyecto incluía, además del escenario cultural, hotel, oficinas, comercio y apartamentos, en un conjunto que se integraría al Colombo-Americano, la Alianza Colombo-Francesa y universidades como Los Andes, que contribuyó a restaurar ese rincón con obras de la talla de los edificios Laserna y Santodomingo.

Allí se siente una impresión especial, pues el cercano cerro de Monserrate produce una sensación de pantalla que envuelve el sector.
La glorieta de la cra. 3a. con 19, en Las Aguas, es uno de los sitios del
centro que se revitalizarán. El sitio es una nueva ciudad universitaria
La obra se acordó en el 2006 entre la Alcaldía y la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aeci), y  la Empresa de Renovación Urbana (ERU)  realizó una inversión de 1.920 millones de pesos en la adquisición de predios.

Debía comenzar en el 2007, se planeaban inversiones por 15.000 millones de pesos y España ofreció encargarse del mantenimiento durante 65 años. Se proyectaba un complejo de 5.800 metros cuadrados que incluía salas de exposiciones, auditorio, biblioteca, aulas, tiples, auditorio, tienda y restaurante.

Y allí se formaba un triángulo de sedes culturales, con el Centro Colombo-Americano y la Alianza Colombo-Francesa.

Pero en mayo del 2012, un mes después de que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, estuviera en Bogotá, España anunció que desistía de la construcción.

El alcalde Petro escribió en Twitter: "El presidente Rajoy me solicitó recibir el lote dado que la crisis no le permite hacer obra".

Ahora urge que alguien se haga cargo de la propuesta y edifique esas manzanas estratégicas. Se dice que la alcaldía bogotana, que ha demostrado tanta lentitud, quiere que el proyecto siga adelante.
           
Muy cerca de allí ya fue rehabilitado el Hotel Continental, obra de Vicente Nasi, que se inauguró en 1948 y cayó en desgracia en los 90. Al lado está por inaugurarse la torre Bicentenario, de 17 pisos, ubicada a pocos metros del  Eje Ambiental y que tendrá suites hoteleras por Business Hotels, de la Organización Hotelera Germán Morales e Hijos.

Torre Bicentenario, de 17 pisos, frente al Parque de los Periodistas.
Hotel, oficinas  y apartamentos en la zona del Eje Ambiental.
Y algo más al occidente, sobre la Avenida 19 o Ciudad de Lima, se construye el edificio que será el más alto del país y cuyas enormes dimensiones impactarán ampliamente el centro.

Pero los propósitos renovadores van más allá del centro propiamente dicho. Por los lados de la calle 26, donde terminaba la Bogotá de comienzos del siglo XX, es decir, donde surgió hace medio siglo el Centro Internacional, se planea otro gran proyecto.

Es un emprendimiento del grupo empresarial Chaid Neme en el lugar del actual Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, que tendría 250 mil metros cuadrados y demandaría inversiones por US$300 millones.

Esa organización adquirió en 2007 un lote en la Avenida Caracas con 26, que era propiedad del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo, y en el que al parecer se pensó alguna vez en construir la sede del Banco de la República. De inmediato, el grupo Neme contactó a arquitectos de talla mundial para diseñar la obra.

“Por las dimensiones, ubicación y características de la propiedad, se pensó en un desarrollo inmobiliario que se convirtiera en un ícono para la ciudad”, dijo hace poco a El Espectador Nayib Neme, presidente del grupo, y contó que cuando se preparaba la etapa de diseño apareció la posibilidad de adquirir el lote contiguo. Entonces recordó un viejo refrán que dice que “el lote del vecino siempre florece más que el propio”.

“Estamos hablando del cambio urbanístico más importante de la ciudad en muchos años. Se tiene en mente algo parecido a Victoria Station, en Londres, o Pennsylvania Station, en Nueva York. Bogotá necesita un proyecto ícono, como un Guggenheim de Bilbao o, en su momento, unas torres gemelas de Nueva York”, comentó Neme.

La idea inicial habla de comercio, vivienda de alto nivel y oficinas distribuidas en tres o cuatro torres de diferentes alturas.
 
Puede sonar pretencioso pero se pensó para el proyecto en los arquitectos Norman Foster, Richard Myers, Santiago Calatrava y Sir Richard Rogers, que fue el escogido y que por cierto visitó a Colombia en enero de 2013.

 Sir Richard George Lord Rogers of Riverside es ni más ni menos que uno de los autores del Centro Pompidou, de París y su trabajo más reciente fue el complejo olímpico de Londres 2012.

 Nacido en Florencia en 1933, estudió arquitectura en Londres y Yale. Trabajó con Norman Foster, con quien introdujo el concepto Hi Tech y luego se asoció con Renzo Piano, con quien haría entre 1972 y 76 el Centro Pompidou. También es autor del Lloyds Building.
 
El arquitecto se reunió el 17 de enero con el presidente Juan Manuel Santos. “Vino tal vez el arquitecto más famoso del mundo. Se llama Sir Richard Rogers, británico. Y vino anunciar que va a liderar, va a participar en una inversión muy grande en Bogotá, cerca de 700 millones de dólares de renovación urbana en el centro de Bogotá, cosa que nos complace muchísimo”, declaró el presidente.

A todo esto se suma lo que se está haciendo frente al Centro Administrativo Nacional (CAN), bautizado como Ciudad Empresarial Sarmiento Angulo, del que ya se construyeron los edificios de Avianca y de la Cámara Colombiana de Infraestructura.

 El presidente Santos impulsa un plan para renovar el CAN y aprovechar sus ventajas, ya que algunos de los edificios planeados en tiempos del general Rojas Pinilla ya cumplieron su ciclo. Y para ello reforzó lo que en su momento hiciera Virgilio Barco con Ciudad Salitre, que está muy cerca de allí.



La ciudad está llena de espacios que permiten rehabilitarse y aprovecharse para las próximas décadas. Y en el centro de Bogotá son innumerables los edificios de gran factura que podrían convertirse en nuevos apartamentos, consultorios y oficinas.