miércoles, 12 de febrero de 2014

La burla eterna del SITP



 
Quienes llevamos toda la vida soñando con que nuestra ciudad tenga un modelo de transporte urbano digno y eficiente comenzamos a ver grandes cambios y avances cuando comenzaba el nuevo milenio y era alcalde Enrique Peñalosa, cuando circularon los primeros buses con fuelle intermedio de Transmilenio.

Esos gusanos rojos, similares a los que se veían en Madrid o Moscú, empezaron a circular por algunas arterias, en ese tiempo en que la ciudad conoció avances que ahora anhelamos y que están siendo anulados, por la corrupción primero, y ahora por la ineficacia y la mala gestión.

Transmilenio era parte apenas de un esquema ambicioso y completo que aún hoy en día se está implementando. De tal magnitud es la tarea de Peñalosa, que todavía se sigue construyendo sobre las bases que sentó su administración.

Y dentro de ese plan iban las troncales de Transmilenio por todas las grandes vías de la ciudad –pocos lo saben–, como la avenida Boyacá, la carrera Séptima, la avenida 68, en fin. Todo ello dentro de inversiones razonables que aconsejaban no embarcarse en la construcción del Metro por complejo y costoso.

Finalmente, para coronar la labor, se planteaba la desaparición gradual de los viejos buses de propiedad de los transportadores privados y su obsoleto modelo  de operación, basado en el capricho de los propietarios y el libertinaje de los choferes.

Nacería entonces el sistema de autobuses nuevos, capaces de reducir las elevada contaminación de la ciudad; con colores uniformados, para contribuir a mejorar la estética urbana, afeada por tantos carromatos de todos los colores; con rutas racionales –no solo las que sean negocio–, estaciones y paraderos fijos, y funcionamiento por medio de tarjetas electrónicas, para poner fin a la guerra del centavo y al trabajo inmisericorde de los choferes sin prestaciones. 

Se trataba del Sistema Integrado de Transporte Público, en el que se mezclaban Transmilenio y los citados autobuses nuevos con la sigla SITP.
 

Son cinco servicios: Troncal (buses de color rojo de Transmilenio, articulados, que pueden llevar 160 pasajeros; y biarticulados, para 260 pasajeros, que van por las troncales, Alimentador (verde, para 90 personas, que conectan barrios con portales), Urbano (azul, microbuses, busetas, busetones y buses de 19, 40, 50 y 80 pasajeros, respectivamente), Complementario (buses y busetas naranja, de 80 y 50 pasajeros) y Servicio Especial (microbuses de color vino tinto, zonas periféricas).



Todo iba al compás de un cronograma y en 2013 ya debía estar el SITP casi implantado.

No contábamos los bogotanos con que la ciudad caería en manos de  incompetentes, que solo se ocupan de la política y lucha de clases, a quienes  sencillamente le quedó grande el puesto.

El regente capitalino pensó –es solo un decir– que al llegar al despacho podía hacer tabla rasa de todo lo que habían programado sus antecesores y plantear a su antojo modelos de transporte por aquí y por allá: en lugar de buses, Metro; en lugar de tren de cercanías, tranvía; en vez de Avenida Longitudinal de Occidente, corredores ecológicos. Pensaron que al llegar a la alcaldía, temas como el SIP podían hacerse a un lado.



Pero el SITP es parte del Plan Maestro de Movilidad, reglamentado por el decreto 319 de 2006, que tiene vigencia por veinte años. Es decir, que su implementación es cosa seria.

Este esquema empezó a aparecer tímidamente en 2013 por medio de Urbanos de color azul y más tarde los primeros Complementarios de color naranja.

 


Al principio los buses circulaban vacíos en un evidente gasto de gasolina sin sentido y muchos de ellos se varaban con frecuencia y eran remolcados por grúas, desprestigiando el sistema, que en parte utiliza vehículos viejos repotenciados.

Se pensaba que eran ajustes y se propuso el mes de abril de 2014 como fecha límite para que estuviera funcionando el SITP. Se entiende que para entonces deberían estar fuera y chatarrizados los buses viejos y cubiertas todas las zonas de la ciudad con los nuevos vehículos.

Pero no. Esa fecha, como tantas otras de estos tiempos,  tampoco se cumplirá.

A finales de 2013, la Contraloría Distrital presentó un informe en el que advirtió que había fallas en materia de información, tarjetas de pago, paraderos y frecuencias de las rutas, aparte de problemas de costos y pérdidas económicas.

Según ese organismo, entre junio del 2012, cuando los buses azules comenzaron a operar, hasta agosto de 2013, sólo se logró recuperar el 24 % de los costos del sistema.
 
Y algo más, se esperan para abril de 2014 más de 9 mil vehículos en  funcionamiento pero los que están andando, según la Contraloría,  no llegan a 2 mil.

De acuerdo también con la misma dependencia, se debían chatarrizar 7.650 buses y busetas y solo se ha hecho con 1.904.



Los responsables del sistema aseguran que éste a febrero de 2014 está operando en más de un 50 por ciento. Y mucho se ha logrado con la unificación de las tarjetas inteligentes rojas de TM y las verdes del SITP, así como su validez en las entradas a las estaciones, así como con la puesta en operación de los buses duales rojos y grises (una especie de Transmilenio chiquito) que circulan por la carrera Séptima y sirven tanto para estaciones de TM como para los paraderos tradicionales.

Pero expertos como Eduardo Behrentz, decano de  Ingeniería de la Universidad de los Andes, consideran que el avance del SITP sencillamente es de cero. ¿Por qué? Porque mientras sigan operando los buses viejos y los bogotanos dependiendo de su mal servicio, no puede hablarse de operación del SITP.

A veces parece que Bogotá está condenada a otros cien años de mal servicio de transporte, cuando está tan cerca de poder tener un modelo que revolucionaría la vida de 7 millones de habitantes y sería otro ejemplo de progreso digno de copiar en otros países.

 

 

 

 

 
 
 
 

viernes, 7 de febrero de 2014

Embajadas en Colombia

Las casas de los embajadores pueden ser uno de los submundos fascinantes ocultos dentro de las ciudades. Desde los tiempos de la infancia, las residencias diplomáticas parecían decirnos algo de cada país, de su riqueza y cultura. Y ello sucede igual en Washington que en París, en Brasilia que en Tokio, en El Cairo que en Madrid.

Así por ejemplo, las sedes diplomáticas estadounidenses usualmente muestran grandes despliegues de seguridad, las europeas algo de la grandeza de antiguos imperios, las de países lejanos parecen exóticas –Japón, por ejemplo–, las hay misteriosas –Rusia y Cuba en algún tiempo– u ostentosas, como las de ciertos países del Medio Oriente. Y de nuestras vecinas y hermanas repúblicas vemos en sus embajadas el deseo de emular con los poderosos y rodear de esplendor la misión que ocupan temporalmente los que conquistan las mieles de la diplomacia y disfrutan de años sabáticos en el exterior.

Bogotá no es la excepción y desde el siglo pasado se destacaron sectores de la ciudad favoritos para establecer las casas de embajada, que se mantienen a grandes rasgos en la actualidad.

Casa de Ecuador. Obra del español Alfredo Rodríguez Orgaz.
 

Intentamos acercarnos al origen de las casas de embajadas en nuestra ciudad y si bien la historia no está escrita, hay material valioso para  esa asignatura pendiente.

En algunos casos  hay que diferenciar la sede de la Embajada y la residencia del embajador. Nos dedicaremos casi exclusivamente a las casas residenciales

Sobre el tema, Villegas Editores publicó hace seis o siete años un volumen sobre Casas de Embajadas en Washington D.C.

Y por cierto Estados Unidos tiene mucho que mostrar en casas diplomáticas. Su embajada en La Haya es obra de Marcel Breuer y la de ese país en Atenas estuvo a cargo de Walter Gropius. (1)

Nuestra propia Colombia, por ejemplo, tiene anécdotas interesantes en la materia. Basta citar la embajada en Brasilia, obra del arquitecto caleño César Barney, establecido en esa ciudad hace muchos años, y localizada en el llamado “Setor de Embaixadas”, al lado de la de Venezuela y las restantes.

Pero sin alejarnos, a finales del siglo XIX había en Bogotá un buen número de consulados y legaciones, como se llamaban entonces las embajadas. Por entonces las dependencias oficiales eran precarias y modestas, y los viajeros anotaban que ni siquiera había una sede digna para los mandatarios, cuya casa recibía el pomposo nombre de palacio.

El Atlas Histórico de Bogotá, que conocimos por su autor, Alberto Escovar, ofrece las direcciones exactas de una docena de sedes extranjeras, pero no se precisa si eran solo oficinas o incluían la vivienda de los diplomáticos. (2)


El diario El Tiempo publicó esta imagen de la Legación
Británica en la Belle Epoque. No ubicamos el lugar de la mansión 
El Atlas señala las direcciones exactas de las misiones en 1891, todas en el centro histórico de la ciudad, lo cual nos permite ubicarnos en  el lugar.

Así por ejemplo, la de Alemania quedaba en la 8ª con 13, donde hoy hay un edificio de parqueaderos; la de España en San Victorino, la de Estados Unidos en la 7 con 13, donde ahora hay almacenes de ropa y zapaterías, la de Francia en la 16 con 9ª, donde hoy se venden discos y libros piratas en el espacio público; y la legación inglesa en la carrera 10ª con 10ª, sitio arrasado para ampliar la avenida 10ª frente a San Victorino.

Alcides Arguedas, cuyo libro “La danza de las sombras” es un verdadero retrato de los colombianos de comienzos del siglo pasado, vivió en un hotel del centro bogotano (Hotel del Pacífico) mientras fue ministro (embajador) de Bolivia en un año crucial en el que terminó el gobierno de Abadía Méndez (y con él la Hegemonía Conservadora– y empezó la República Liberal con Enrique Olaya Herrera.

La costumbre de residir en hoteles, pensiones y hostales era habitual entonces entre los diplomáticos, El mismo Arguedas relata que en el hotel coincidió con el poeta Guillermo Valencia y con otros diplomáticos. (3)

Por tradición el cuerpo diplomático tiene como decano al nuncio apostólico y su casa, es decir, la Nunciatura ha sido una sede de importancia. Aún lo es pero el 9 de abril de 1948,  cuando quedaba en la calle 11 con carrera Cuarta, fue incendiada y quedó reducida a escombros.

El esplendor de las casas de embajada vendría en los años 40. Los bogotanos acaudalados emigraron hacia el norte y las embajadas siguieron el mismo curso y de igual manera terminaron en amplios y confortables chalets de estilos que iban desde el Tudor hasta el moderno.

Con todo, muchas veces las embajadas no fueron construidas de nueva planta, sino que las casas de personalidades o de los ricos terminaban siendo adquiridas por otros gobiernos para destinarlas a residencias de sus embajadores.

Era una época en la que los grandes empresarios se destacaban por sus casas de generosos espacios y diseños.


Aquí estuvo la Embajada de Ecuador

Y así  sobresalieron varias zonas, que enseguida revisamos, sin ser exhaustivos.

En los 50 hubo residencias de embajadas en la avenida Caracas, como la de Brasil, ahora sede universitaria, o la de Ecuador, en una casa que ha tenido varios cambios de destinación.

Casa de los embajadores de Italia

Otro punto de encuentro de moradas diplomáticas está en la carrera Séptima entre 77 y 85, zona de embajadas como las de Italia, España, Perú y Venezuela.

La de los embajadores de Venezuela, también de Herrera Carrizosa

En los altos del barrio Los Rosales, están o estaban las de Estados Unidos, Rusia y China. Y otro punto de encuentro, también en Rosales, es el de la carrera 4ª con 74 (Brasil, Suecia y Chile).
 
 
Uno de los puntos de esplendor –aún algo se conserva– fue el de la avenida 87 entre 8a. y 10,  donde coincidían las casas de los embajadores de Francia, Holanda y Gran Bretaña, y en una época la de México.
 

La casa del Embajador de España, situada en la carrera Séptima no. 78-01, obra del arquitecto Manuel de Vengoechea, fue de Gregorio Obregón, un empresario barranquillero que además de la empresa familiar de tejidos, fue directivo de la cervecería Germania y  de Avianca, y alcalde de Bogotá en 1949, además de miembro de numerosas juntas directivas.


La casa del embajador de España fue de propiedad del 
empresario Gregorio Obregón y la construyó Vengoechea
Como hemos reseñado en otra ocasión, a ésta mansión se le subió hacia 1977 la tapia que la circundaba, cuando comenzaron los problemas de seguridad de este país y se amplió la vía, cercenándole parte del antejardín. Además, fueron talados dos grandes pinos que había en el andén. Más recientemente se dañó un poco la fisonomía de la casa con  vidrios blindados, una garita de vigilancia, concertinas y cámaras de TV.



Guillermo Herrera Carrizosa construyó varias de las grandes residencias bogotanas que hoy alojan casas de embajadas. Entre ellas las casas de dos de los hermanos Salazar Grillo, que pasaron a mediados del siglo pasado a ser el Club del Comercio y la residencia de la Embajada de Venezuela, respectivamente.

La actual sede del Club del Comercio fue alguna vez Embajada
de Rusia y antes residencia de la familia Salazar
 
También de su propia residencia, ahora sede del Jockey Club de Bogotá, en la carrera 4a. con calle 72.

Al lado de la casa de Guillermo Herrera y frente la una de la otra, las bellas casas de Jorge Camacho Reyes, actual embajada de Brasil, y la casa de Salvador Camacho Reyes, embajada de Suecia, de estilos muy diferentes.


Residencia del Embajador de Brasil, una de las tres
 obras de Herrera Carrizosa en la carrera 4 con calle 74
 
Como decíamos la Embajada de Ecuador tuvo en los años 70 del año pasado como residencia una de las tres casas  del arquitecto  Manuel de Vengoechea, construidas para las hijas de don Leo Kopp. Fue en los años 70 del siglo pasado Embajada de Ecuador, que ahora se encuentra en la carrera 10ª con calle 94.

Y como anticipábamos, dos de las más grandes casas dedicadas a esta función fueron obra de Guillermo Herrera. Se trata de la de Venezuela, en la Séptima con 85, que también fue tocada por la ampliación de la avenida hace 35 años; y la de Rusia, que en 1948, cuando Colombia rompió con Moscú, cambio de uso para ser el Club del Comercio, en la misma avenida a la altura de la calle 62.

La casa del Perú, de Víctor Schmid, también sufrió por la
ampliación de la Séptima. Ahora se utiliza para las oficinas

La Embajada de Perú  estuvo hasta hace unos años en la casona de la Séptima con 80 diseñada por Víctor Schmid, a la cual también le pasó por las narices la ampliación de la avenida en 1978. Ahora están allí las oficinas y el embajador se fue a vivir en lo alto del Chicó.

La casa del embajador de Francia, literalmente afrancesada y construida en la 87 con 9ª, es obra de Manuel de Vengoechea. Muy cerca de allí está la de los Países bajos, con frontis y columnas.

Y al final de esta calle señorial y sombreada, la de Gran Bretaña, que es tal vez una de las más grandes y suntuosas. Ocupa una manzana entera, fue diseñada por Vengoechea y perteneció al político Camilo De Brigard Silva, secretario de la IX Conferencia Panamericana que deliberaba en Bogotá cuando ocurrieron los hechos del 9 de abril de 1948.


Corte y estado actual de la casa de la Embajada de Gran Bretaña
 
Una residencia de embajada que alcanzamos a conocer en pie antes de ser demolida era la de Canadá, en la carrera 13 con 91. Fue demolida para levantar una edificio de apartamentos de Luis Restrepo.
 
La casa de Japón es reciente y se edificó sobre una
hermosa mansión de los 70, que fue demolida
 
Ojalá no ocurra eso con la de Argentina, que sobrevive rodeada de edificios en una sinuosa calle de Rosales, carrera 1ª. con 70, cerca del lecho de la quebrada La Vieja y que entre sus comodidades tiene una piscina.


Residencia moderna del Embajador
de Chile, también en Rosales
 
Hubiéramos querido detenernos en la Embajada de Estados Unidos, que queda en Rosales y cuyos linderos dan hacia la avenida Circunvalar, en la parte oriental, y hacia la carrera 4ª al occidente. No es fácil obtener datos de esta amplia sede, por elementales razones de seguridad.
 

Casa del embajador de EEUU, un 4 de julio

 
Notas

(1) Loeffler, Jane C. The Architecture of Diplomacy: Building America's Embassies. Princeton Architectural Press. New York, 1998.
 
(2) Escovar, Alberto et al, Atlas Histórico de Bogotá 1538-1910. Editorial Planeta, Bogotá, 2004.

(3) Arguedas, Alcides. La danza de las sombras. Banco de la República, Bogotá, 1982.


 
 
 

 
 
 
 
 
 
 

 

 

 

 
 
 
 
 

 

 
 
 

 
 

 

 


 

sábado, 1 de febrero de 2014

Urbanidad y urbanistas (8). Tras las huellas de Herrera Carrizosa Hermanos

Los hermanos Herrera Carrizosa, Guillermo (1901-1984) y Hernando (1903-1950), cuya razón social era esa, Herrera Carrizosa Hermanos, fueron destacados empresarios y urbanistas. Tal vez el primero brilló más, dada su más larga existencia.

Aunque muchos no lo sabíamos –todavía muchos no lo saben– hay obras de suyas en Bogotá y otras ciudades que perduran como testigos de su tiempo, como veremos con sorpresa. Podemos decir que no imaginábamos quién hizo este o aquel edificio o casa.

Guillermo Herrera Carrizosa estudió arquitectura en la Universidad de Michigan, más tarde se especializó en artes en París, y su hermano Hernando en la de Purdue, en Indiana. Se destacaron como ganaderos y estuvieron entre los cofundadores de la Asociación Holstein de Colombia en 1943. Aún se recuerda “Susaguá”, la finca del primero en la carretera Zipaquirá-Ubaté.

Conjunto de casas en la cra. 13 (antigua Alameda) con calle 24. Ahora
en desgracia, se dice que aquí vivió el profesor Luis López de Mesa
 

Entre sus obras se destacan el Teatro Colombia, de Bogotá (hoy Jorge Eliécer Gaitán), proyectado por F.T. Ley y construido entre 1937 y 1940.

Entre sus diseños que sobreviven se destacan el edificio Rocha (1936 aproximadamente), ubicado en la carrera Séptima con 22, en el centro de Bogotá, cuando esa vía se conocía como Avenida de la República.  En esta casa del llamado estilo gótico inglés o Tudor ahora funciona la Secretaría Distrital de Hábitat.  


Edificio Rocha, actualmente sede de la Secretaría de Hábitat

Dos obras que merecen mayor análisis son la antigua sede de la Bolsa de Bogotá, construcción aún vigente en la calle 14 con carrera 9ª y unas cuadras más al sur el Edificio José Joaquín Vargas, Virrey Solís o simplemente de la Beneficencia, que se convirtió en su heredera.

El que fue edificio de la Bolsa de Bogotá (entidad que se fue en los años 70 a otro edificio más grande situado una manzana hacia el oriente), aún exhibe la portada Deco con el nombre de la casa bursátil fundada en 1928

Por entonces las agencias de corretaje estaban situadas en la zona, que era una especie de Wall Street bogotano, según se dice a veces, guardadas las proporciones, y por allí quedaban los principales edificios bancarios, comenzando por el banco emisor.  





Mientras tanto, el edificio J. Vargas, hoy sede de juzgados, es un complejo de tres torres unidas por una plataforma de locales, y se hizo en asocio con Uribe y García Álvarez (Urigar) en el período 1941-43, en un terreno era antes el Hospital San Juan de Dios, que se trasladó a La Hortúa.


Edificio José Joaquín Vargas. Fue una de las sedes de
 la Embajada de Estados Unidos. Ahora alberga juzgados
Actualmente por tres de las cuatro caras del complejo funcionan locales de ropa para caballero, para niños y para boda a la antigua, en su mayoría de propiedad de comerciantes de origen sirio-libanés. Además, esta media manzana tiene una calle interior de circulación que servía de vía de servicio y zona de restaurantes populares y carnicerías, que hace pocos años se cerró con rejas y a la que ahora solo se permite el paso a los que trabajan allí.

En asocio con Urigar también se construyó en el lapso 1940-50 el Edificio de los Ministerios, que quedaron reducidos al de Hacienda, que aún funciona allí.

Edificio de los Ministerios, en el que solo queda el de Hacienda

Ambos tienen un sabor a art deco neoyorquino, pero en pequeño, como para la Bogotá de los años 40.


Residencias Colón, de propiedad de la
viuda del presidente Pedro Nel Ospina

Una realización importante de la firma Herrera es el edificio originalmente conocido como Residencias El Parque, diferente a las torres de Rogelio Salmona. El que nos ocupa es un alto edificio de apartamentos construido en  la zona que antes era ´Parque de la Independencia, desaparecido cuando se construyó la calle 26 con sus puentes. Este edficio, propiedad de doña Caroina Vásquez de Ospina, viuda del expresidente Pedro Nel Ospina, se levantó entre 1947 y 1950 y originalmente se pensó como hotel pero no estuvo listo para la Conferencia Panamericana que reunió en Bogotá en 1948.

Aunque su dirección actual es carrera Décima no. 24-76, este edificio de 14 plantas, que se llamó poco después Residencias Colón (porque luego pasó a ser propiedad de Colseguros), llamó la atención por su estructura metálica. El diseño estructural estuvo a cargo de Frank von Manner.  Los diarios de la época lo anunciaron como "Nuevo rascacielos de departamentos".

Tenía restaurante con capacidad para 300 personas y entrada a los locales comerciales desde el interior. (1)

Es de anotar que esta torre se hizo en dos etapas y que  en sus buenos tiempos en los locales de la planta baja, hubo empresas como la aerolínea Iberia.

El trabajo de Guillermo Herrera no se limitó a Bogotá. En Medellín se conserva el Edificio Henry, ubicado en el costado occidental del Parque Berrío y levantado en 1928.


Teatro Jorge Eliécer Gaitán, antes Teatro Colombia
 
Otros conocen a Guillermo Herrera Carrizosa por ser el creador de grandes residencias bogotanas que hoy alojan casas de embajadas. Así, por ejemplo, las casas de dos de los hermanos Salazar Grillo, que pasaron en los 60 a ser el Club del Comercio y la residencia de la Embajada de Venezuela, respectivamente.

También de su propia residencia, ahora sede del Jockey Club de Bogotá, en la carrera 4a. con calle 72.



Casa del embajador de Brasil y al lado la del propio arquitecto
Guillermo Herrera en Rosales, esta última convertida en Jockey Club

Al lado de la casa de Guillermo Herrera y frente la una de la otra, las bellas casas de Jorge Camacho Reyes, actual embajada de Brasil, y la casa de Salvador Camacho Reyes, embajada de Suecia.

En agosto del 2013 se concretó la donación del archivo de Guillermo Herrera Carrizosa a la Universidad de los Andes, por parte de su familia. El maestro Germán Téllez, encargado de ordenar el archivo,  lo considera testimonio vital de una época de transición a la modernidad en la arquitectura colombiana. (2)
 
El antiguo Teatro Olimpia, que cambió de fines
 
“La historia social y económica bogotana está fielmente interpretada y expresada en los diseños de Guillermo y Hernando Herrera", afirma Téllez.

De Guillermo Herrera Carrizosa recordamos, además de su destacada actividad como ganadero de la Sabana, su columna en el diario El Tiempo, de Bogotá.



Notas

(1) Niño Murcia, Carlos y Sandra Carolina Mendoza. La carrera de las modernidad. Construcción de la carrera Décima. 1945-1960. Instituto Distrital de Patrimonio Cultura. Bogotá, 2010.

(2) http://www.uniandes.edu.co/noticias/informacion-general/rescatar-la-arquitectura-nacional