jueves, 6 de octubre de 2011

El barrio árabe

Como toda ciudad capital, Bogotá acogió comunidades extranjeras y permitió la formación de colonias de inmigrantes, así éstas hayan sido mucho más pequeñas que en otras ciudades grandes del continente, transformadas por corrientes migratorias.


A los inmigrantes del mundo árabe aquí los llamaron y aún algunos llaman “turcos”, ya que alguna vez sus pueblos estuvieron bajo el imperio turco-otomano. Algo similar a lo que ocurre en Argentina, donde llaman a los españoles, de forma miope pero graciosa, “gallegos”.

Hace pocas semanas, con ocasión de un congreso colombo-árabe, se publicaron estudios sobre esta corriente migratoria, según los cuales, la árabe es, después de la española, la migración más significativa en Colombia.  Libaneses, sirios y palestinos llegaron a Colombia en varias olas y y no fue a Bogotá donde se dirigió la mayoría de ellos. Se calcula que en el país viven unos 15.000 practicantes de la religión musulmana, la décima parte en Bogotá, donde apellidos como Aljure, Helo, Tafur y muchos más son parte del paisaje humano y del directorio telefónico.

Y aunque esa migración no haya sido tan notoria como en otras partes del continente, es  fácil ubicar en el mapa bogotano la huella de estos grupos,  cuya conocida habilidad para el comercio se expresaba en negocios casi siempre especializados en textiles, ramo.

La huella de este flujo migratorio sobrevive en un sector del centro de Bogotá, más exactamente en la carrera 9ª entre calles 11 y 12, sin llegar a las dimensiones de un Barrio Chino o una pequeña Italia.

Allí, a pocos metros de la alcaldía de la ciudad, se encuentra el edificio Malkita, en cuyos locales se ven nombres como Almacén Palestina o Said’s. Y un poco más al norte, otros negocios que a pesar de la globalización y la inundación de mercancía china, aún ofrecen tradicionales vestidos de primera comunión, blazers azules de uniforme escolar, sábanas y ropa infantil, todo cubierto con fundas de plástico para que no se ensucie.

A estos establecimientos del ramo textil se suma una que otra actividad diferente, como una agencia de viajes con nombre evidente del Oriente Medio o cafeterías populares con un toque árabe en el menú.

Allí en esa calle es frecuente ver a empresarios de facciones árabes conversando en su lengua o fumando en shishas o pipas de agua, y mujeres con la cabeza cubierta con el velo típico.

También muy cerca de allí pasan desapercibidos los musulmanes que oran en la carrera 9A No. 11 – 65, la mezquita principal de la comunidad en Bogotá, a espaldas de lo que fuera un almacén Tía, en el cuarto piso de un edificio vacío que hasta hace poco era una tienda popular, que a su vez ocupa predios que alguna vez fueron del claustro de San Juan de Dios y el primer hospital del mismo nombre.

También se ubica en la zona, en la calle 12 debajo de la 9a, un edificio inaugurado por los días del 9 de abril de 1948, de propiedad de una familia Aljure. El edificio está casi vacío y en trabajos de remodelación. Una inscripción de piedra a lo largo de su fachada recuerda que la torrecita sirvió de sede alterna para la IX Conferencia Panamericana, luego de que el asesinato de Gaitán desatara el Bogotazo.
Son datos dispersos, pero hacen parte de interesante recorrido que contribuye a configurar material sobre este mundo que convive dentro del universo urbano de Bogotá.