lunes, 4 de junio de 2012

Adiós a los tiempos del Jockey




La bandera del Jockey Club de Bogota ondea en la
 fachada de la casona tradicional, pocos días antes del cierre

Hace pocos días, en nuestros recorridos habituales por el centro de Bogotá y más exactamente por el Parque Santander, nos encontramos con la sorpresa de que la tradicional casa de piedra amarilla del Jockey Club había cerrado sus puertas.

La sede de la carrera 6 no. 15-18, inaugurada en 1940, tenías las rejas cerradas y ya no estaba abierta la escalera señorial alfombrada de rojo, con  pasamanos relucientes de bronce, por la que se ascendía al vestíbulo de uno de los centros sociales más distinguidos de la ciudad, luego de franquear la puerta de cristal y madera.

Tampoco estaba el portero de librea que vigilaba la entrada de la casona de tres plantas, que fue testigo de la historia y de la aristocracia, donde se decía que se tomaban las grandes decisiones del país.

Hace años se hablaba de que la crisis económica de los 90, el deterioro paulatino del centro capitalino y la migración de empresarios y ejecutivos hacia el norte de la ciudad, además de la aparición de nuevos clubes, estaban minando las finanzas de la entidad.

Se sabe también que el que antes fuera un espacio cerrado de difícil acceso, que desairó a numerosos aspirantes a socios –Jorge Eliécer Gaitán el más mencionado–, intentó capotear los problemas económicos diversificando sus servicios y acogiendo a grupos que antes no eran bienvenidos, como asociaciones de abogados sin abolengo.

La casona del Jockey al lado de sus vecinas
desaparecidas del costado oriental del Parque
Santander. Allí vivieron Silva y Nariño

Aunque el Jockey Club estableció hace pocos años una nueva sede alterna en el barrio Rosales, y se trasladó definitivamente a ella, ésta es reducida en tamaño e inferior a la original. Por esas razones, al parecer los socios buscan otro espacio más amplio para la institución.

Es inevitable que afloren la nostalgia y las anécdotas propias y ajenas. Vienen a la memoria recuerdos. Allí apenas adultos, supimos por primera vez, gracias a amigos socios,  lo que era un baño turco. Y dentro de él, banqueros, ministros y abogados arreglando el país.


La barbería que “Calibán”, el abuelo de Juan Manuel Santos elogiaba en su Danza de las horas, en El Tiempo.

Y “Carlitos”, el eterno portero de elegante figura que se sabía de memoria los nombres todos los socios y de sus hijos, y quien decía, conversando con socios, que vivía en una covacha en el sur de la ciudad.  

En los almuerzos chispeaban la distinción y la flema en las mesas de al lado.  Media Bolsa de Bogotá. Banqueros y uno que otro ministro y parlamentario dignos del club, si los hubiera. Y al atardecer numerosos bogotanos en los salones, whisky en mano, como narraban las columnas de Klim, algunos de ellos arrastrando difícilmente la lengua por el exceso de alcohol.



El Jockey a la hora de almuerzo
poco antes del cierre de la sede del centro

Se escuchaban los inevitables “yo conocí mucho a tu papá”, “usted no sabe con quién se está metiendo”, “cuántos años sin verte” o “aquí no hay voluntad de atender al socio”, de labios de bogotanos enfurecidos, siempre distantes –años luz– de los empleados.

Los que frecuentaban el club hablaban de los que para ellos eran los mejores platos que salían de la cocina. Nos pareció inmejorable manjar el bogotanísimo ajiaco. Alguien hablaba de los Huevos Cocotte.


Son varios los libros que tocaron al Jockey, algunos en tono burlón,  como “El delfín” de Álvaro Salom Becerra, quien lo menciona como el “Lucky”, y en “Baile blanco en el Jockey Club”, de Roberto Gómez Caballero.


Y por supuesto el delicioso personaje de don Alegrías Figueredo y Arbolín, que creara Klim con tanta chispa y tanta realidad.


El Jockey, como tantas cosas de la antigua Bogotá, fue fundado en 1874 a imagen de los clubes londinenses que Julio Verne pinta en “La vuelta al mundo en 80 días”. Como los hubo en Buenos Aires y en Santiago. 
(*) Planos del Jockey Club de Bogotá, elaborados en
1937 por el arquitecto Gabriel Serrano Camargo

Fueron sus fundadores Ricardo Portocarrero, varios miembros de la familia Holguín, Rodolfo Samper y Salvador Camacho Roldán, aficionados a la hípica. Su primera sede estuvo en la calle 11 con carrera 7ª, al lado de la famosa botillería “La rosa blanca”.

La sede actual, construida sobre terrenos que ocuparon las casas en las que vivieran Nariño y José Asunción Silva, fue obra de Gabriel Serrano Camargo y se dio al servicio en 1940. El trabajo minucioso y excelente de dibujo el proyecto le mereció al autor el reconocimiento de la institución social.
(*) Cortes de la sede de la cra. 6 no. 15-18, con
la minuciosidad de su autor en el dibujo

Es de suponer que el centro social exclusivo de antes –hoy con la mitad de socios– haya adoptado alguna especie de reingeniería para adecuarse a los nuevos tiempos. Sobre su suerte física, resulta difícil sustituir la sede de la vieja Bogotá, construida especialmente para sus funciones.



No es fácil llevarse tantos muebles y trastos, y adornos tan valiosos como su colección de cuadros, entre los que recordamos el estupendo de “Los fusileros”, pintado en 1885 por Andrés de Santamaría. Se dice que el Gobierno pensó en comprar la casa para el Ministerio del Interior y que también podría convertirse en hotel.



Niños de la familia Emberá juguetan a las puertas
del Jockey Club de Bogota, cerradas en mayo de 2012


Hoy por la alfombra roja de la escalera del Jockey no suben banqueros, juristas ni financistas de trajes de corte inglés y luminosas corbatas de seda con rayas diagonales. Ya no hay portero de librea y aunque todavía ondea la bandera azul oscuro y oro, con la gorra de la hípica y la fusta,  en los salones ya no se dan bailes de gala ni se decide la suerte del país.

Y en los baños turcos se apagaron las nubes de vapor con falsos ingleses en bata, con bogotanos cortados con las tijeras de Phileas Fogg, lejos del Reform Club de Londres, siempre con un “qué tal estás” y un “me alegra verte” a flor de labios.

(*) Fotos tomadas de Semblanza de Gabriel Serrano Camargo, arquitecto. Ediciones Proa. Bogotá, 1983




Casa del arquitecto Guillermo Herrera Carrizoza, en el
barrio Rosa.es, a la que se trasladó el Jockey en 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario