Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Federico García Lorca. Romance Sonámbulo.
En los tiempos que corren, agobiados por el temor al futuro del planeta, reciben este nombre las construcciones elaboradas con materiales de bajo impacto ambiental o ecológico, o diseñados para tener un efecto mínimo sobre el medioambiente.
Por extensión, podría aplicarse el término a edificios que en nuestro medio han sido afectados por la humedad o la pátina del tiempo, en los que el moho ha producido ese tono. También los que simplemente están hechos con material de ese color o que, con el respeto por la decisión de los decoradores, se optó por pintarlos de verde.
Valga decir que los edificios verdes correspondientes a la primera definición no siempre o no necesariamente son de ese color, como veremos enseguida.
Y que también los edificios literalmente verdes a veces solo lo son por fuera, alguna vez producto de un arranque de mal gusto de sus propietarios, sin atender la estética y la consideración hacia la ciudad y sus vecinos, lo cual no implica descalificación per sé del color de la esperanza.
Hay edificios verdes en los que el color fue un desacierto total. Empezaremos por mencionar casos emblemáticos y también ejemplos recientes.
No nos referimos al verde edificio de la Gobernación del Chocó, revestido –si mal no recuerdo– de mosaico de vidrio Cristanac, al mejor estilo de los 70, y que después de estar embargado, resolvieron ampliarlo, pero sin los estudios de sismo-resistencia y por eso ahora es un cadáver urbano a orillas del Atrato.
El bodrio de la calle 17 con carrera quinta, frontera imprecisa entre los barrios Las Aguas y Las Nieves, de Bogotá es proverbial. Un edificio de oficinas típico de los años 70, en el que funcionarios juzgados civiles en algún tiempo, cayó en manos de una escuela de carreras intermedias que tuvo a bien engalanarlo con tonos diversos del color que nos ocupa. El resultado no podría ser más agresivo con el entorno. Frondio, diría un cachaco de paraguas. Aunque quizá en los típicos días grises que a menudo hacen en Bogotá esa pequeña torre de tonos verdosos pueda tener alto contraste o hacer más tropical el ambiente capitalino.
Algo más al norte, en lo que fuera el elegante barrio de El Retiro y la que fuera sede del Colegio Alvernia –edificio típico de colegio de religiosas como los que se ven en todas las ciudades españolas–, funciona hoy la Escuela de Administración de Negocios (EAN).
Al edificio de la carrera 11 entre calles 78 y 79, muy cercano por cierto a lo que ahora es la Zona Rosa, además de que perdió su esencia de colegio de monjas con los colores aplicados, le ha sido adosado en uno de los extremos una pequeña de torre de varias plantas, verde como un loro.
No nos precipitemos a emitir un juicio. El edificio no es feo. Pero rompe definitivamente con el conjunto, como se aprecia en la imagen.
No podemos abordar el tema sin mencionar un controvertido edificio verde construido hace tres lustros en La Cabrera, carrera 11 con 86, al lado de la casa que sobrevive a don Hernán Echavarría Olózaga, próxima al verde parque del Japón.
El edificio de 14 pisos, que se llama Segovia, ha sido suficientemente criticado. Es decir, hay suficiente ilustración. Solamente agregaríamos que tal vez la altura de los urapanes y demás especies que embellecen esa zona tan bogotana, favorece y mimetiza en algo esa torre, rematada por una espantosa cubierta y que da la bienvenida -o lo intenta- con un basamento que tiene ventanales que recuerdan las casas de las películas de Walt Disney.
Incluso fue postulado por arquitectos locales al premio Atila, una distinción creada por revista argentina Dana (Documentos de Arquitectura Nacional y Americana) para exaltar al edificio más feo.
Edificios verdes en el buen sentido de la palabra que han sido dados al servicio en años recientes son el de la carrera 7a con 75, que, como advertimos, por fuera da la sensación de una pecera por su transparencia, una caja montada sobre un zócalo de vidrio rodeado de un espejo de agua.
Y al lado se construye otro edificio que se anuncia como ‘verde’, el del Banco GNB Sudameris.
La empresa farmacéutica Novartis tiene un edificio de este tipo en la calle 93B con 16, que obtuvo esa distinción 'ecológica' -aunque en otra categoría- gracias a su cubierta verde, sus materiales reutilizados y su aprovechamiento de la luz, entre otros.
Algunas de estas construcciones están dotadas de sistemas inteligentes como sensores para apagar las luces cuando no haya empleados trabajando, o para dosificar el oxígeno, y medidores de ahorro de energía forman parte de los aspectos previstos por estos edificios que reciben la certificación Liderazgo en diseño para la energía y el ambiente (Leed).
Aunque si de asuntos verdes se trata, habría sido más afín a ese color conservar algunas de las bonitas casas que hubo alguna vez donde ahora se erigen estos edificios.
Hay que añadir al listado esos horribles edificios de City U y su improvisado mural de colores que quiere simular el cielo y los cerros capitalinos.
ResponderEliminarExcelente blog, me ha acompañado todos estos años y he conocido un poco más de la Bogotá de hace 50 años.