viernes, 15 de julio de 2011

El único lugar que lo tuvo todo

Unicentro, el primer mall que hubo en Colombia, fue inaugurado en 1976 y fue iniciativa de Pedro Gómez y Compañía.


El lugar escogido para erigir la imponente obra, unos potreros de Santa Bárbara Central, en el nordeste de Bogotá, que obligaron a abrirle otro carril a la 127 -solo había uno- y a ampliar la 15, que se acababa al estrellarse, dos manzanas más adelante, en la entrada del Country Club. La avenida Pepe Sierra ni siquiera llegaba a Usaquén todavía.

Lo vimos construir, crecimos juntos, fue lugar de encuentro los sábados, de banco en las mañanas, de paseo con los papás, de vueltas en carro manejándole a la Mamá, de muchos días de compras y de muchísimos más de mirar sin comprar. Refugio para capar clase. Destino ineludible de los 24 de diciembre a las 5 de la tarde, para las compras siempre de última hora.

Los primeros años nos descrestaron. La firma, apoyada a última hora por el entonces Banco de Colombia, de Jaime Michelsen Uribe, tenía un lema: "Construimos un mejor modo de vivir". Las oficinas de Don Pedro funcionaban en el último piso, con un ascensor que llegaba directo. En la primera planta había un local de ventas, lo que hoy se conoce como demo room.

Y había otros detalles que descrestaban. El Mercedes Benz de Pedro Gómez, con teléfono, reluciente, siempre estacionado en el mismo lugar. El plateado, porque también tenía uno negro. Y además, poco después un Fiat 132 azul oscuro blindado, cuando se puso de moda que los empresarios los tuvieran. Michelsen y Hernán Echavarría tenían sendos carros idénticos.

¿Cómo olvidar Uniclub, su carne y su cancha de squash, que quedaban en el segundo piso, donde hoy es Falabella? O Sears o Unidrog. O la vitrina de Jeans and Jackets o La Pizza Nostra. Y eso sin contar el primer cajero automático que conocimos en la vida, aún en tiempos de colegio.

Años más tarde, de allí surgió la clase Unicentro, capa social de nuevos ricos plásticos y de desocupados consumistas. En la última década, desplazó al Parque Nacional como receptor de flujo de parejas en cine y pizzerías, y de despedidas de empresas baratas, de arteria de todas las rutas de busetas, extensión estrato 6 de la 10a.

En los primeros años de Unicentro -"el único lugar que lo tiene todo", decía una voz elegante por los altavoces-, incluso había mariachis y tabernas. Y eran tradicionales sus navidades y sus fuegos artificiales, sus Unijueves hasta las 9 y su Uniferia por los pasillos.

Pero el centro comercial por excelencia, el lugar moderno y seguro, se mantenía. Ya en su madurez, seguía altivo y elegante, a pesar de infortunadas cirugías. Tanto así que su ejemplo fue replicado en las principales ciudades del país y con el mismo nombre por el mismo constructor.

Las galerías comerciales inventadas después le compitieron en elegancia, en distinción y en mejor ubicación, pero nunca pudieron eclipsarlo, como a los zapatos viejos de Luis Carlos López. Pero esa humildad fue su perdición. Ha dejado destruir su esencia, en un desafortunado plan de aggiornamento .

A Unicentro comenzaron a robarle el alma, como tantas otras cosas, los advenedizos y emergentes. Con ellos llegó el dinero caliente. Y también llegaron las grandes marcas y los extranjeros que pusieron Zara. Y los otros extranjeros que pusieron el "éxito", un supermercado flojo y aburrido, donde antes había un gran almacén de verdad, el SúperLey, y que ahora es un fracaso, así esté abierto 24 horas.

Y cinco tiendas y una panadería que tenían de todo, ahora son una papelería loba y reiterativa.


Hay muchas otras cosas que no estuvieron bien. El horripilante edificio de estacionamiento, que agredió y masacró a los vecinos, la ordinaria pérgola de entrada que eliminó la original, la depredación de la avenida 15, la desaparición de la bomba Esso y el imperdonable descuido del separador que queda frente al establecimiento. Y eso que hasta ahora nos salvamos de la torre de oficinas.

Lejos de nostalgias, el descuido y las nuevas reformas han acabado con este hito de la Bogotá de las últimas décadas, con todo un estilo de vida, con un icono de la memoria urbana.

Hubiera sido mejor conservar a Unicentro, del que no queda ni siquiera el logotipo, y hacer otro nuevo enfrente. Pero el daño ya está hecho. Es un irrespeto del nuevo milenio este maquillaje de dry wall y neón, de palmeras de mentiras de Miami. Unicentro ahora es de cartón.

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