Las casas de los artistas colombianos Ignacio Gómez Jaramillo y Manuel Hernández, situadas en sendos barrios de Bogotá, desaparecieron hace algunos años dentro del proceso de transformación urbana. En ambos caos, pinturas de los artistas fueron instaladas en los edificios que sustituyeron las viviendas y quedaron como testimonio de sus vidas y obras.
En el caso de Gómez Jaramillo, el cuadro que ha sido respetuosamente salvado adorna el vestíbulo de un edificio de apartamentos construido en la calle 85 con carrera novena, en el barrio La Cabrera.
Gómez Jaramillo nació en Medellín en 1970 y murió en Bogotá sesenta años más tarde. Formado académicamente en Barcelona y París, vivió en México, donde estudió pintura mural, especialidad que constituye su obra más destacada, hasta el punto de ser considerado una de las figuras clave en el muralismo colombiano.
Por entonces, además de obras de Ignacio Gómez, también cubrieron murales de Pedro Nel Gómez y los murales fueron restaurados años más tarde por estudiantes de la Universidad Nacional.
Cabe anotar que a las críticas no fueron ajenos El Tiempo, El Espectador y La Razón, que dirigía Juan Lozano. Gómez Jaramillo solo tuvo el apoyo de El Liberal, que dirigía Alberto Lleras y de artistas como el también muralista Luis Alberto Acuña.
Autorretrato de Ignacio Gómez Jaramillo |
Ignacio Gómez Jaramillo había sido nombrado en 1946 como segundo secretario de la Embajada de Colombia en México, donde realizó una importante labor de difusión cultural.
Además, entablo amistad con Rufino Tamayo y con los muralistas Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Precisamente este último dirigió una carta a Ospina cuando el gobierno dio por terminada la misión diplomática del pintor. Los pintores mexicanos pedían que se permitiera a Gómez Jaramillo continuar estudios de pintura, ruego que no fue escuchado.
Gómez Jaramillo vivió en la calle 85 no. 9-15 y en esa zona sombreada por tos urapanes no se salvó prácticamente ninguna de las casas construidas en las décadas de 1940 y 50, en un barrio que quedó en la literatura como hábitat de “la más aberrante oligarquía”, por cuenta de “Los Elegidos” de Alfonso López Michelsen. Muy cerca vivieron varios dirigentes políticos, por cierto liberales, empezando por Virgilio Barco, cuya casa colindaba con la del pintor
Un hecho semejante ocurrió en la casa del maestro Manuel Hernández, demolida hace más de quince años en el barrio Bella Suiza para construir apartamentos en ese apacible sector que lleva el nombre de un restaurante de carretera, famoso hace más de medio siglo, cuando la ciudad no había empezado a devorar la Sabana.
Hay quienes consideran a Hernández como el valor más alto en el arte abstracto y lo sitúan a la altura de aquellos que llamaran intocables –Negret, Obregón, Ramírez Villamizar, Grau y Botero–, aunque quizá no se ha hecho justicia con su obra.
Nacido en Bogotá en 1928, Manuel Hernández estudió Artes en la Universidad Nacional de Colombia, de la que fue profesor por muchos años; en la Academia de Bellas Artes de Santiago de Chile, en Roma y en el Art Students League, en Nueva York. Sus pinturas se han expuesto en casi todos los continentes.
De labios del pintor oímos detalles de la operación que remplazó su casa por edificios diseñados por el arquitecto Billy Goebertus, en cuya última planta se hizo un amplio apartamento para el artista, que alberga muchas de sus obras.
En este caso, como en el de Gómez Jaramillo, una obra temprana y por ello muy valiosa de Hernández adorna la entrada de su edificio, bautizado Lausana, en ese lindo barrio bogotano de la Bella Suiza, donde casi todas las construcciones llevan nombres de la nación helvética.
La presencia de estos óleos de Gómez Jaramillo y Hernández en las puertas de sus casas reivindica sus obras y queda como recuerdo de las que fueran sus moradas.