miércoles, 4 de enero de 2012

Eje ambiental y espacio público

Bogotá ha escuchado en las últimas dos décadas las discusiones sobre la escasez  del espacio público, situación que se acrecienta a medida que crece la población y las calles, andenes y plazas se vuelven insuficientes.

Algo se ha hecho para que los ciudadanos disfruten de la ciudad, con la conversión de vías en calles peatonales. Y un hito dentro de esa labor fue la creación del llamado Eje Ambiental, diseñado por el fallecido arquitecto Rogelio Salmona sobre la avenida Jiménez de Quesada, que a su vez nació en los años 30 sobre lo que fueran las aguas del río San Francisco o Vicachá, canalizado y cubierto de asfalto.

Y esa zona, donde abundan edificios de varios estilos y tamaños, construcciones de formas sinuosas que bordean la avenida por lo que antes era el recorrido del río, se convirtió en los últimos diez años en una auténtica postal de la Bogotá de comienzos del milenio, como lo fue hace 60 o 70 años.

La obra se complementó con una ruta exclusiva para autobuses articulados del sistema Transmilenio, cuyo movimiento pausado, como si fueran gusanos, le imprime otra dosis de modernismo y orden al centro capitalino, elogiado fuera del país.


Pero poco tiempo duró el interesante experimento que nos dejó la alcaldía de Enrique Peñalosa, desde el barrio de Las Aguas hasta la carrera Décima, y que en estos años de desgreño, abandono e inmoralidad administrativa que sufre la capital colombiana, ya no tiene corrientes de agua, sino agua estancada, sirve de basurero y sus pisos y zócalos empiezan a exhibir señales de deterioro.



Taxis fantasmas y choferes oficiales díscolos o abusivos circulan sin ningún empacho por el Eje Ambiental de medianoche o madrugada, pues dentro de la frescura de su mentalidad prima la idea de que nadie circula a esa hora, cuando nadie me ve, como dice la canción de Alejandro Sanz.

Y de día, nuestros queridos amigos, los habitantes de la calle, retan a los buses articulados cual toreros. No viene al caso hablar de los accidentes que pueden sufrir ellos mismos en una embestida o el vehículo cargado y sus pasajeros en un frenazo causado por un chiste.

Por si fuera poco, varios residentes estatales de la Jiménez se han tomado el Eje Ambiental  como una especie de propiedad privada. Es el caso de los ministerios de Agricultura y de Justicia. El primero ocupa el viejo edificio Pedro A. López a la altura de la carrera Octava y



resolvió utilizar los andenes como estacionamiento. Es decir, el poco espacio que dejan libre los miles de esmeralderos que se agolpan metros arriba, frente al edificio Henri Faux, o los vendedores estacionarios.




Las imágenes que acompañan esta publicación muestran cómo los vehículos del ministro, los viceministros y los visitantes utilizan como parqueo uno de los carriles.







Cabe recordar que por allí suben hacia el oriente los buses articulados de Transmilenio.
Y el personal de escolta asignado al Ministerio tiene hay desfachatez de obligar a los transeúntes a retirarse para que circule por el andén una camioneta Nissan Pathfinder en la que llega el ministro.

Algo parecido ocurre 100 metros más abajo, cuando llega un personaje al Ministerio de justicia, como se aprecia en la imagen.


En ambos casos la situación se origina porque los ministerios citados carecen de estacionamiento o de instalaciones adecuadas para el funcionamiento de una entidad de esas categorías en pleno año 2012. ¿Falta de previsión? ¿Afán de mudanza? ¿Crecimiento estatal acelerado?

Pero también en ambos casos el público no tiene la culpa ni tiene por qué compartir las aceras con los vehículos invasores. 

El Decreto 1504 de 1998, que reglamenta el manejo del espacio público en los planes de ordenamiento territorial, señala que “es deber del Estado velar por la protección de la integridad del espacio público y por su destinación al uso común, el cual prevalece sobre el interés particular”.

La norma indica que el espacio público comprende, entre otros aspectos, los bienes de uso público, o sea aquellos inmuebles de dominio público cuyo uso pertenece a todos los habitantes del territorio nacional, destinados al uso o disfrute colectivo.

Y  cita entre los elementos constitutivos de ese espacio público “las áreas integrantes de los perfiles viales peatonal y vehicular”, que son, entre otras, las  zonas de mobiliario urbano, túneles peatonales, puentes peatonales, escalinatas, bulevares, alamedas, rampas para discapacitados, andenes, malecones, paseos marítimos, camellones, sardinales, cunetas y  ciclovías.

El artículo 28 del referido decreto dispone que “la ocupación en forma permanente de los parques públicos, zonas verdes y demás bienes de uso público, el encerramiento sin la debida autorización de las autoridades municipales (…)   y la ocupación temporal o permanente del espacio público con cualquier tipo de amoblamiento o instalaciones dará lugar a la imposición de las sanciones urbanísticas que señala el artículo 104 de la Ley 388 de 1997”.

Corresponde a expertos establecer si la ocupación del espacio por parte de los vehículos oficiales constituye violación del espacio público desde el punto de vista legal. En la práctica no hay discusión de que lo es. 

Lo cierto es que para el peatón, para el ciudadano de a pie, literalmente, se habían logrado conquistas en materia de espacio público. Y éstas pueden perderse por la arbitrariedad de dos o tres guardaespaldas. Porque estamos seguros de que todo un señor, como el que ocupa esa cartera, sería incapaz de patrocinar esos abusos.


El resto es relativamente fácil. Que las autoridades de Bogotá cumplan con su deber de mantener la ciudad limpia y en buen estado.






martes, 3 de enero de 2012

Piedra amarilla

                                                                                         So goodbye yellow brickroad
                                                                                                            Elton John

Las ciudades se diferencian por los materiales de sus construcciones, el color que unifica su paisaje. Las ciudades andaluzas son blancas y los poblados medievales de piedra grisácea. Los asentamientos populares del tercer mundo son de color ocre como la tierra que circunda.  




Edificio Pedro A. López, hoy Ministerio de
Agricultura, en la avenida Jiménez
Bogotá es ampliamente conocida en tiempos modernos por el rojo del ladrillo usado en sus edificios y de ese tono de la arcilla son las imágenes panorámicas de algunas de sus zonas. Sin embargo, en una parte importante de la riqueza urbana predomina un solo tono: el de la piedra amarilla. Los visitantes de la ciudad se preguntan por ese material característico, que lo es  tanto que se conoce como piedra bogotana.

Pero también a este elemento se le llama piedra muñeca. Los expertos la denominan piedra caliza o piedra arenisca, que es una roca sedimentaria que tiene contenido de calcita. Conocida en algunas partes como Limestone, es un material resistente, que se caracteriza por su dureza,  apropiado para revestir fachadas.

En la capital de Colombia esta piedra fue usada en el último siglo, generalmente en obras monumentales de estilo neoclásico o francés.

Teatro de Cristóbal Colón
Parte de esa piedra amarilla se ha producido en las montañas de la zona de San Mateo, situada en la población de Soacha, en el sur de Bogotá. De las Canteras de Terreros, por ejemplo.


Costado noroccidental del Capitolio
La piedra amarilla es el material y el tono que predominan en la plaza de Bolívar y en muchas áreas adyacentes, como la Casa de Nariño (1976), el ejemplo por excelencia del trabajo en piedra amarilla.
Lado oriental del palacio presidencial,
desde la carrera Séptima(1976)

Están revestidos de esa piedra el Capitolio, el palacio de Justicia, la Catedral, la capilla del Sagrario, el Palacio Cardenalicio  –joven, solo tiene medio siglo–, el Colegio de San Bartolomé, el edificio nuevo del Congreso, el ya nombrado palacio presidencial y para cerrar el cuadrilátero de la plaza, la Alcaldía, que solo tiene el pórtico de la priomer aplanta en piedra amarilla, pero tiene su nuevo edificio situado en la parte posterior cubierto de láminas del enchape que nos ocupa.

Edificio Bicentenario, parte posterior de
la Alcaldía, inaugurado en 2011
Edificio de los Ministerios. Construido sobre
el demolido Claustro de San Agustín


También el edificio moderno de los Ministerios (hoy Ministerio de Hacienda), el Palacio Echeverri y unas calles más al oriente y norte, el Teatro Colón y el palacio de San Carlos. En la avenida Jiménez la antigua gobernación de Cundinamarca y el edificio Pedro A. López, ocupado por el Ministerio de Agricultura.

Palacio Echeverri, obra de Gaston Lelarge
La piedra amarilla de vetas rojas o marrones, similares a las vetas de la madera, resalta con el sol capitalino casi tanto como el rojo del ladrillo en los atardeceres.

Pero no es patrimonio exclusivo del centro o de la zona antigua de la ciudad. Parte de la zona empresarial del Centro Internacional está revestida de la piedra bogotana. Para la muestra tres botones: el viejo edificio de Bavaria, la torre de Seguros Tequendama y el Planetario Distrital.

Un aporte generoso al espacio público. Andenes de
 piedra en el edificio Avianca. Se pensó en grande.
En el centro financiero de la avenida Chile algunos edificios utilizan la piedra muñeca, el mismo elemento que cubre el frontis de la iglesia de Lourdes. Y si los edificios ubicados a lado y lado de la carrera Décima lavaran sus fachadas, volvería a lucir la piedra amarilla sepultada bajo kilos de hollín producido por los tubos de escape de los autobuses destartaladas en cuatro décadas.

El servicio de este material a la identidad bogotana no se reduce a los revestimientos o a las fachadas. Son de piedra amarilla las baldosas de la plaza de Bolívar y los andenes de algunas calles del centro. También los pedestales de la inmensa mayoría de las estatuas y el cauce del Eje Ambiental, que recorre la ruta del antiguo río San Francisco.


Limpieza del Eje Ambiental de la avenida Jiménez
Detalle de un costado del Palacio Echeverri
Patio de Los Novios, dentro de la Casa de Nariño

 
En fin, el mundo de este material también generó una carpintería de la piedra amarilla, expresada
en sillares, columnas, pilastras, capiteles, ménsulas, volutas, hojas de acanto y otros motivos.


Y para preservarla están los expertos. Hay técnicos en tratar la piedra y lijarla para renovar su apariencia, en cortar láminas y tajadas perfectas para reponer las averiadas por el paso del tiempo y en limpiarla periódicamente para devolverle su rubio esplendor, ese que produce los mejores contrastes en las mañanas soleadas o en las tardes despejadas.
Restauración de un zócalo del Palacio Echeverri,
hoy sede del Ministerio de Cultura