jueves, 30 de noviembre de 2023

Barrio Santa Fe

El barrio Santa Fe, el sector que lleva el nombre original de la capital del país, es también uno de los sectores de mayor desprestigio, inseguridad y degradación de la ciudad, y no hay nada más alejado de ese concepto religioso que la realidad de esta zona situada en el centro de Bogotá.

 

Pero no fue así durante muchos años, desde que surgió ese sector, como atestiguan sus ricas construcciones. El Santa Fe fue uno de los barrios que nacieron en la década de 1940, cuando Colombia entró por fin en el siglo XX y la presión demográfica obligó a ensanchar la ciudad pequeña de entonces.

 

La nueva urbanización fue promovida por Ospinas y Compañía, durante mucho tiempo la constructora más grande del país, que parceló los terrenos ubicados al occidente de la naciente avenida Caracas, en inmediaciones del Cementerio Central, luego de eliminarse la línea ferroviaria del Norte, que llegaba hasta la estación del Ferrocarril del Nordeste, ubicada en la calle 17.

 

La zona se diseñó como un sector mixto residencial y de pequeña industria, por lo cual en algunos casos las construcciones se hicieron como depósitos, bodegas o pequeñas fábricas, dotadas de vivienda. El concepto de vivienda taller.

 

Comenzó entonces a desarrollarse un proceso urbanizador de casas y edificios bajos de vivienda que siguieron los modelos de moda, con lo cual el Santa Fe se hizo con líneas de la Bauhaus y algún detalle art deco, y en unos pocos casos, con la moda de las viviendas de estilo inglés tan de moda en los 30 y 40 en Bogotá.

 

Por otra parte, con la inmigración —limitada pero importante— de europeos y judíos, tras la Segunda Guerra Mundial, se abrieron nuevos frentes empresariales e industriales que necesitaban locales y viviendas.

 

En ese sentido, el barrio Santa Fe atrajo a la comunidad de origen judío europeo, muchos de cuyos miembros optaron por levantar edificaciones en el sector, como punto de residencia y como inversión.

 

Uno de ellos, Nahum Spiwak, llegó a Colombia en 1929 y en 1942, en plena guerra, se radicó en el barrio Santa Fe, donde cuatro años más tarde emprendió la construcción de un edificio en la calle 23 con carrera 18.

     

Spiwak, fallecido en 1966, fundaría más tarde el hotel Dann, en la avenida 19, primero de la futura cadena del mismo nombre.

 

Un sector homogéneo, distinguido por el color de la pierda amarilla de los edificios, que recuerda la colonia Roma, de Ciudad de México.

 

En 1953 se levantó en el barrio la Iglesia Maria Reina, elemento aglutinante de la comunidad por excelencia.

 

Por allí vivieron el poeta León de Greiff y la escultora lituana Nicole Sivikas con su hijo Antanas Mockus, futuro matemático y filósofo.


                                 .

 

Pero los males del barrio vendrían de la mano con eso que llaman eufemísticamente los colombianos la vida alegre. Es decir, con la conversión de alguna casona en casa de citas.

 

La actividad floreció a partir de la década de 1960 en el Santa Fe. Incluso se habla de que la legendaria madame Blanca Barón fue una las pioneras.

 

Y así como en distintas partes de la ciudad el primer local de lámparas se propagó hasta formar un barrio de tiendas del ramo, y tal como Bogotá tuvo calle de plateros y ahora tiene calle de tipografías, cuadra de ópticas, manzana de artículos eclesiásticos y barrio de repuestos para vehículos, el Santa Fe se convirtió en área de prostitución.

 

El barrio Santa Fe, perteneciente a la localidad de Los Mártires, engloba alrededor de 13 hectáreas y en su perímetro predominan las pensiones, posadas, residencias y moteles.

 

En el 2002, la administración del entonces alcalde Antanas Mockus dispuso el establecimiento de una Zona Especial de Servicios de Alto Impacto (Zesai), que fue el detonante de la desvalorización y el abandono de residentes.


Para comienzos de la década, los lupanares se habían multiplicado exponencialmente y superaban el centenar. En esa actividad se ocupaban más de 3 mil personas.


El panorama se complicó en esta década con la llegada de migrantes, que sobreviven en las pensiones del sector, con lo cual los edificios comenzaron a subdividirse en habitaciones de pago diario conocidas como "camarotes". 

 

Pero el Santa Fe ofrece un espléndido campo para la recuperación, remodelación y rehabilitación urbana, dada la calidad de los inmuebles y la ubicación cercana al centro, con buenas vías y transporte.

 

Además, a pocas manzanas se construyen obras como las altísimas torres Atrium, en la avenida Caracas con 26, se reconstruirá el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada y unos metros al sur estará ubicada la estación principal del Metro de Bogotá.

 

No puede ser que una zona del corazón de la capital del país tan extensa esté condenada para siempre y no merezca una segunda oportunidad.


Para conocer algo más, los invito a leer el cuento "Ciudad Burdel", uno de los 25 que componen mi libro "En la Ciudad del Águila Negra", con historias geniales de Bogotá. 

 
















sábado, 18 de febrero de 2023

Urbanidad y urbanistas (20). Tras las huellas de Pedro Gómez





                                                      Pedro Gómez en un acto oficial en 2008 (1)      

El primer recuerdo de Pedro Gómez Barrero que guardamos se remonta a 1970, cuando desembarcamos en la fría Sabana de Bogotá, que si acaso pasaba de la calle 100 al norte. Nuestro primer encuentro con la ciudad, mojada esa tarde por la lluvia, fue una bella casita del barrio La Floresta, recién construido por Pedro Gómez y Compañía en la calle 102 con carrera 48.

Desde entonces seguimos con admiración la vida de este hombre de la construcción que se forjó a sí mismo, y que dejó una huella en el crecimiento de Bogotá, como impulsor de numerosas obras de urbanismo,  particularmente Unicentro (1976), que tuvo y sigue teniendo para nosotros una importancia particular.

Todo empezó por los automóviles. Gómez ha sido también amante y conocedor de modelos exclusivos, en especial Mercedes Benz, de los cuales llegó a tener un ejemplar negro de ese modelo histórico –los conocedores entenderán– que fue el 300SEL de finales de los años 60, aparte del 280S –similar y de la misma época– de color plata.

Este Mercedes pasaba de vez en cuando por las obras de la segunda etapa de La Floresta, con Pedro Gómez a bordo, detrás de un cristal oscuro.

Circulaba un chisme bogotano de esos que se sabe que fueron puestos a rodar maliciosamente, sin asidero en realidad, y es que algún constructor había despedido a Gómez, diciéndole algo así como: “Pedro, mejor dedícate a otra cosa, pues no tienes futuro en esto...”

    
        Aviso publicitario de la firma en los 70

La maledicencia capitalina también afirmaba que el Club Los Arrayanes, del que Pedro Gómez fue directivo, era una supuesta competencia con otro club de alcurnia de la ciudad que le negó el ingreso.

Sin embargo, son muchos los grandes emprendimientos que hablan por sí solos de la importancia de su obra y de la firma fundada por don Pedro en 1968.

Gómez Barrero nació en Bogotá pero su familia era de Cucunubá, un bello pueblo de Cundinamarca en el Valle de Ubaté. Desciende de familias originarias de España y asentadas en Bogotá, tal como lo señala el libro Genealogías de Santa Fe de Bogotá, de José María Restrepo Sáenz (Tomo I).

Abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, estudió becado mientras trabajaba de noche como celador del Ministerio de Agricultura, entonces a cargo del político vallenato Pedro Castro. El claustro rosarista, regentado en ese tiempo por monseñor José Vicente Castro Silva, lo ayudó con algún trabajo mientras terminaba los estudios.


                   Las bellas casitas de La Floresta hacia 1971 (2)

Más tarde trabajó en una de las alcaldías de Fernando Mazuera y desde allí pasó a ser jefe del departamento de Valorización, cargo en el que se convirtió en experto en el sector, antes de lanzarse a su propia aventura empresarial.

Poco a poco empezaron a aparecer las obras de la firma de Pedro Gómez. La Floresta fue su primera gran apuesta, con manzanas enteras de excelentes casas para clase media en distintos estilos.

También los apartamentos Escocia, en la calle 100; el barrio Calatrava, en la Avenida Suba. Y a un lado de la Autopista Norte, a la altura de la calle 132, las casas de Santacoloma, donde predominaban las tejas, balcones, altillos y ménsulas.


Noticia publicada en El Espectador un año antes de entregar Unicentro

Más allá las casas de Antigua, un pueblito perfectamente calcado de Norteamérica o Gran Bretaña;  y los apartamentos de Multicentro, generosos en espacio y contiguos a Unicentro, y sus buenas vecinas, las casitas escandinavas.

Y también Metrópolis, Entrerríos, El Recreo de los Frailes  y Atabanza. Y Calatrava, El Balcón de Lindaraja y Emaús, estos últimos de estrato económico más alto.


         En sus primeros años, "el único lugar que lo tiene todo" (3)

Unicentro fue el punto culminante y la obra más ambiciosa, al punto de que estuvo por comprometer la estabilidad financiera de la empresa. Pero ese primer mall en la historia del país pasó la prueba con creces y aun hoy sigue estando vigente.

“Nuestra experiencia construye su felicidad”, decía un anuncio radial de Pedro Gómez y Compañía, que se difundía de noche para una audiencia selecta, e invitaba a visitar el moderno show room de la empresa en uno de los mejores locales de Unicentro, “el único lugar que lo tiene todo”.

En la última planta de ese mall, con ascensor propio, despachaba don Pedro, en una oficina que tenía colgadas obras de los pintores más importantes del país, como Alejandro Obregón.

Y volviendo a los autos, en el parqueadero del centro comercial, discretamente, esperaban sus automóviles.

Pedro Gómez fue uno de los empresarios que a finales de la década de 1970 y en vista de las condiciones de seguridad del país, se movilizaba en un Fiat 132, blindado, de color azul oscuro, como lo hacían el banquero Jaime Michelsen Uribe y don Hernán Echavarría Olózaga.


           Esta fue su residencia en el Chicó Alto

Alguna vez lo abordé en un acto en la Casa de Nariño y se sonrió cuando le hablé de sus Mercedes. Apuntó mis datos en su agenda de bolsillo y, semanas después, recibí un sobre con un ejemplar del libro “Bogotá, de la devastación a la esperanza”, publicado por su empresa.

Sin ánimo de entrar al tema político, debemos recordar que Pedro Gómez fue, después de prominente hombre de empresa, embajador en Venezuela, miembro de la comisión de integración con ese país e integrante de la delegación que buscó acercamientos con las Farc en los 80. Fue propuesto sin éxito como primer candidato liberal a la alcaldía de Bogotá por voto popular.

En su época dorada, el grupo de Pedro Gómez incluyó una cadena hotelera, Hoteles Pedro Gómez y luego Charleston, que era propietaria de Casa Medina, en Bogotá, y Santa Teresa, en Cartagena.

Hoy las grandes ciudades colombianas tienen sus Unicentros construidos por Pedro Gómez y Compañía. Y también barrios urbanos y campestres, y hoteles exhiben el know how de esa empresa.


La firma de la empresa en la fachada del Centro Comercial Santafé

El Centro Andino, el Santa Fe y el Palatino exhiben orgullosos el logro de la P envuelta en la G, que acompaña a Pedro Gómez desde hace más de medio siglo.

En sus últimos años, la compañía funcionó en la casa de estilo neoclásico diseñada por Vicente Nasi, situada en la carrera Séptima con calle 70. La firma enfrentó tiempos difíciles y se disolvió, pero el paisaje de Bogotá tiene innumerables vestigios de su obra.



Placa instalada en la entrada principal de Unicentro, en Bogotá



                             En esta casa de Vicente Nasi funcionó por última vez Pedro Gómez y Cia.

Fotos del autor, salvo:
(1)    Presidencia de la República, mayo 14 de 2008
(2)    Anuario de la Arquitectura en Colombia 1971. Sociedad Colombiana de Arquitectos.
(2)    Pedro Gómez y Cia.