miércoles, 28 de marzo de 2018

Los Cerros



“El Mary Mount, colegio para señoritas y niñas”, titulaba la revista Proa un artículo de julio de 1962, cuando la firma Obregón y Valenzuela terminó el moderno y bello edificio que la Congregación de Religiosas del Sagrado Corazón de María le habían encargado.

 

La sede que motivó una portada en la conocida publicación de arquitectura estaba enclavada en las faldas de los cerros de Usaquén, en la calle 119 número 0-68 de la nomenclatura de entonces. La silueta del edificio era la única visible en los cerros nororientales en ese tiempo, fuera del campanario de la iglesia de Usaquén, que por lo demás, aún era un pueblo y sus escasas tiendas se cerraban al atardecer. Muy distinto a lo que conocemos en nuestros días.

 

Hay que decir que ese mismo título, “para señoritas y niñas”, era el que utilizaba el Colegio Pestalozziano, de la vieja Bogotá, cuya última sede está por caer para dar paso a un edificio en la calle 67 abajo de la carrera 11.

 

Pocos años después de esa publicación ocurrió un episodio con guerrillas e ideologías de por medio, que no viene al caso, y el Marymount se cerró y las monjas se fueron del país.

 

La sede quedó a la venta y el Gimnasio de los Cerros, fundado pocos años antes por un grupo de padres de familia unidos por valores y deseos de formación cristiana, inspirados por san Josemaría Escrivá. funcionaba en una finca llamada La Gloria, en la Carretera Central del Norte.

 

Pero volvamos a Proa. “El conjunto es un amplio parque en el que se levantan los distintos pabellones necesarios  a una enseñanza integral y armonizados con las exigencias pedagógicas y topográficas”, señalaba la revista, cuya carátula vimos en una visita a la Academia Colombiana de Historia.

 

A muchos de inmediato nos parecerá familiar la figura de concreto y ladrillo, que fue nuestra casa durante tantos años, y de donde salimos con una serie de valores y algunos conocimientos que han sido indispensables para nuestra vida.



Un detalle que desconocíamos es que la obra se hizo en dos fases y que en la segunda de ellas se construyó el coliseo. Y más curiosos aún, el hecho de que las instalaciones deportivas incluían una piscina, lo cual nunca se hizo realidad, para perjuicio de quienes pasamos por allí. 
 


Esos análisis arquitectónicos pueden dar una idea de lo importante que fue ese escenario en la historia urbana de Bogotá.

 

En todas estas décadas que han pasado, además de la transformación física de la zona del Gimnasio, el edificio mismo ha crecido y se ha ampliado y ensanchado, pero sin perder su esencia y su riqueza.


 
Ahora el edificio apenas resulta visible desde lejos en medio de un bosque de cemento y ladrillo. Pero el colegio destaca cada vez más por su calidad académica y por sus egresados que sobresalen en los campos más disímiles y lugares más remotos.

 

Pronto se cumplirán cuarenta años de nuestro grado en los modernos, iluminados y queridos salones de Usaquén. Y de los paseos al monte, las clases en medio de pinos, las subidas a “la Virgen” y las voladas al recién inaugurado Unicentro.

 

Queremos expresar con estas líneas todo lo que significó para nosotros el Gimnasio de los Cerros, con un cariño que nunca se extingue.


 

 

 

 

El fin de Santa Ana se acerca



Santa Ana, uno de los sectores residenciales tradicionales y “exclusivos” de Bogotá –como dicen los noticieros–, pronto no será ni lo uno ni lo otro, si las autoridades encargadas de proteger el patrimonio no cumplen con su deber.

 

El barrio que surgió hace seis décadas en la antigua hacienda de don Tomás Rueda Vargas, reunió durante ese tiempo una gran riqueza por sus construcciones, árboles, parques y vida urbana. Sin embargo hoy está amenazado por la próxima construcción de edificios altos.

 

No sabemos en qué momento fallaron los controles y las curadurías urbanas que finalmente autorizaron las primeras destrucciones de viviendas que abrirán las puertas para  arrasar con el barrio. Pero ya se instalaron grúas  y avisos en los terrenos en los que pretenden levantar torres de apartamentos encima de casas familiares situadas en calles estrechas.

 

Las tierras de la hacienda, ubicada muy cerca del pueblo de Usaquén, estaban rodeadas por la Carretera Central del Norte y la línea del Ferrocarril del Norte, por las haciendas El Chicó y Santa Bárbara, por la quebrada Los Molinos, y años más tarde por la Escuela de Caballería y demás instalaciones del Cantón Norte.

 


El camino original hacia la hacienda de don Tomás, con los años se convirtió en la calle 109, avenida que recorre el sector subiendo desde la carrera Séptima hasta el límite de los cerros nororientales.

 
 
De la finca de don Tomás quedaba algo hasta los años 70, al lado de la bellísima capilla de Santa Bibiana, obra de Viktor Schmid, bautizada así en honor de Bibiana Vargas de Rueda, madre del escritor y educador fallecido en los años 40 del siglo pasado.
 
 

En los años 50 se construyeron amplias casas, sombreadas por una infinidad de árboles, que pese a ampliaciones, modernizaciones y subdivisiones, no habían alterado la esencia de este barrio eminentemente residencial –de clase alta, sí–, y una verdadera reserva verde, como continuación de la naturaleza de los cerros que lo rodean.

 
Santa Ana fue el lugar de residencia de muchos bogotanos y advenedizos  importantes. Distinguidos habitantes del barrio fueron Guillermo León Valencia, Luis Soto del Corral, Edgar Negret, Álvaro Valencia Tovar, Roberto Uribe Pinto, Jorge Rueda Gutiérrez, Jaime Sanín y muchos otros, y aun lo son el arquitecto Germán Samper Gnecco y el intelectual  Alberto Dangond Uribe.


 
En la calle 110 con carrera 5a empezó una construcción que no se sabe a ciencia
cierta si será de 6 o de 15 pisos, pues tiene dos vallas y dos licencias distintas 
 
 

Es cierto que en la última década las casonas han sido sometidas a drásticas reformas que desvirtuaron su estilo original para convertirlas en chalets minimalistas. Pero aun así se ha conservado la altura máxima de las construcciones.

 


Y esto es lo que está a punto de terminar, Santa Ana puede ser arrasada a la vuelta de unos pocos años. Ya hay una enorme grúa sembrada en la 110 con 6ª, para construir un edificio que no sabemos si será de 6 o de 15 plantas, pues tiene dos licencias diferentes.






Una grúa anuncia un edificio alto que puede abrir las puertas a la destrucción del
 barrio. cerca de allí una valla promueve un "proyecto exclusivo" en la calle 111
Y muy cerca de allí una valla escondida detrás del seto de cipreses que hace cuarenta años para aislar el barrio del ruido y el tráfico de la Séptima, se anunciaba desde comienzos de año un “proyecto”. Luego el aviso cambió por otro que identifica la obra como "Aurum 111".

Dos avisos de liecencia hablan de 6 o de 7 pisos

En este caso, como en el anterior, hay dos avisos de dos curadurías urbanas distintas, con sendas licencias de construcción sobre cuatro casas ya demolidas. En una licencia se habla de 6 pisos y en la otra, de 7.

Las vallas de las licencias -con párrafos remendados con cinta- no especifican el número de unidades de vivienda ni de estacionamiento. 




El proyecto Aurum 111 se lleva el frente de la manzana. la vista
desaparecerá y quedará abierta la puerta para tumbar el barrio
 

Mucho nos tenemos que Aurum 111, así llegue a ser un proyecto de categoría y buen diseño, abrirá la puerta para que lo que tanto esfuerzo ha costado conservar en patrimonio urbano, sea arrasado en pocos años. Hay que reiterar que Santa Ana solo tiene una vía de ingreso y salida que terminarán por asfixiar el sector y convertir este apacible sector en un una tortura urbana.  

Ya en anteriores ocasiones los vecinos asociados de santa Ana lograron frenar intentos de destrucción y edificación a gran altura e incluso hace dos años se suspendió la construcción de una torre de 25 pisos en la esquina de la Séptima con 109, que había arruinado el sector y colapsado la entrada y salida del bario por su única vía de acceso.


Los vecinos habían logrado detener las construcciones que
darían al traste con esta zona y colapsarían sus redes y vías

Bien harían las curadurías urbanas en preservar la riqueza urbana en lugar de aprobar licencias para destruir la memoria de la ciudad y proteger siempre los intereses económicos de los constructores.