“El Mary Mount, colegio para señoritas
y niñas”, titulaba la revista Proa un artículo de julio de 1962, cuando la firma Obregón y
Valenzuela terminó el moderno y bello edificio que la
Congregación de Religiosas del Sagrado Corazón de María le habían encargado.
La sede que motivó una portada en la
conocida publicación de arquitectura estaba enclavada en las faldas de los
cerros de Usaquén, en la calle 119 número 0-68 de la nomenclatura de entonces.
La silueta del edificio era la única visible en los cerros nororientales en ese
tiempo, fuera del campanario de la iglesia de Usaquén, que por lo demás, aún
era un pueblo y sus escasas tiendas se cerraban al atardecer. Muy distinto a lo
que conocemos en nuestros días.
Hay que decir que ese mismo título,
“para señoritas y niñas”, era el que utilizaba el Colegio
Pestalozziano, de la vieja Bogotá, cuya última sede está por caer para dar paso
a un edificio en la calle 67 abajo de la carrera 11.
Pocos años después de esa publicación
ocurrió un episodio con guerrillas e ideologías de por medio, que no viene al
caso, y el Marymount se cerró y las monjas se fueron del país.
La sede quedó a la venta y el Gimnasio
de los Cerros, fundado pocos años antes por un grupo de padres de familia
unidos por valores y deseos de formación cristiana, inspirados por san Josemaría Escrivá. funcionaba en una finca
llamada La Gloria, en la Carretera Central del Norte.
Pero volvamos a Proa. “El conjunto es
un amplio parque en el que se levantan los distintos pabellones necesarios a una enseñanza integral y armonizados con
las exigencias pedagógicas y topográficas”, señalaba la revista, cuya carátula vimos
en una visita a la Academia Colombiana de Historia.
A muchos de inmediato nos parecerá
familiar la figura de concreto y ladrillo, que fue nuestra casa durante tantos
años, y de donde salimos con una serie de valores y algunos conocimientos que
han sido indispensables para nuestra vida.
Esos análisis arquitectónicos pueden
dar una idea de lo importante que fue ese escenario en la historia urbana de
Bogotá.
En todas estas décadas que han pasado,
además de la transformación física de la zona del Gimnasio, el edificio mismo
ha crecido y se ha ampliado y ensanchado, pero sin perder su esencia y su
riqueza.
Ahora el edificio apenas resulta
visible desde lejos en medio de un bosque de cemento y ladrillo. Pero el
colegio destaca cada vez más por su calidad académica y por sus egresados que
sobresalen en los campos más disímiles y lugares más remotos.
Pronto se cumplirán cuarenta años de
nuestro grado en los modernos, iluminados y queridos salones de Usaquén. Y de
los paseos al monte, las clases en medio de pinos, las subidas a “la Virgen” y las voladas al recién
inaugurado Unicentro.
Queremos expresar con estas líneas todo
lo que significó para nosotros el Gimnasio de los Cerros, con un cariño que
nunca se extingue.