martes, 6 de noviembre de 2012

Hotelitis: ¿hay gente para tanta cama?

Lejos están ya los tiempos en que los habitantes de Bogotá, Medellín o Cartagena  contaban con los dedos de la mano los tres o cuatro hoteles buenos que había en sus ciudades cuando algún extranjero les preguntaba por un sitio bueno dónde alojarse.

En el caso de la capital, los habitantes de hace cuatro o cinco décadas sacaban pecho cuando hablaban del Tequendama y sus 800 habitaciones, o se deshacían en elogios hablando de la cocina del Continental o de los 40 pisos que tenía el antiguo Hilton. Incluso los hoteles que surgieron en los 80 y 90 en la calle 100 y en la Zona Rosa ya son viejos.


La zona cercana al parque de la 93, en El Chicó,
 es una de las de mayor desarrollo hotelero
Sin saber desde cuándo y cómo, Bogotá se está llenando de hoteles. De diversas categorías, pero se han inaugurado recientemente o se están construyendo muchos hoteles, lo cual desafortunadamente va acompañado por la parahotelería y sus decenas de hoteluchos improvisados  y ramplones. Ello sin hablar de la motelería, también extendida con su secuela de mal gusto.

Con la aparición de hoteles pequeños, medianos y grandes, e incluso de hoteles boutique,  aparecen las siglas y colores de cadenas internacionales. Ya no es el caso solitario de Intercontinental, que tuvo al Tequendama,  hoy en manos de Crowne.

Boghotel construido en La Cabrera, cra.11 con 86

Bogotá pasa por tan buen momento en materia de hotelería que ya no solo hay un Marriott o un Holiday Inn, sino dos o tres de cada cadena, además de Sheraton, Tryp, Best Western y de nuevo Hilton. Y esto sin contar las cadenas criollas Dann, Estelar, Royal, Cosmos, BH, AR y Avia, entre otras.

Hay zonas en las que se concentra la oferta de nuevos hoteles: el parque de la 93, la zona de la Avenida de Chile, Ciudad Salitre y pronto Usaquén.

Hotel en construcción en la ave. 26, sector Corferias

De acuerdo con Cotelco,  la oferta hotelera nacional, que hace una década era de 411 establecimientos y 22.950 habitaciones, creció en 16.000 cuartos.

¿Las razones? Lo primero podría ser el interés en Colombia y su recuperación económica y política, sin ocultar el decreto 2755 del 2003, que estableció que los hoteles construidos hasta 2017 o las remodelaciones hasta ese año, no pagarán impuesto de renta durante 30 años. Con esta medida se atrajo la inversión nacional e  internacional.

Sobre la calidad de los hoteles que se están construyendo hay de todo, como en botica. Desde unos que destilan buen diseño y no escatiman en materiales y mobiliario, hasta otros de evidente pobreza conceptual y apresurado interés por aprovechar la bonanza.

 



Con este hotel de la cra. 7a con 72, Hilton
volvió a Bogotá luego de casi tres decadas 
 


Hotel de la cadena bh en la zona occidental
próxima al Parque de la 93


Hotel Estelar Parque de la 93, sobre la cra. 11.
Por esa calle hay cuatro hoteles en línea. 


Hoteles de la cra 15 con 88, en el Parque El Virrey.
Se trata del Cité y el B3, casi contiguos.
El observador y el cliente darán mejores informes de la situación: Pero lo cierto es que en el país y en particular en su capital, parece haber un boom hotelero que se acompaña del auge de templos gastronómicos, comercio y servicios complementarios. Y parodiando la famosa canción del Gran Combo, hay cama para tanta gente.   

domingo, 30 de septiembre de 2012

Urbanidad y urbanistas (3). Tras las huellas de Casanovas y Mannheim

Las obras de los arquitectos chilenos permanecen siete décadas
después firmadas con orgullo por sus autores en estas especies de tarjetas de presentación
 
Los arquitectos chilenos Julio Casanovas y Raúl Mannheim se establecieron en Bogotá en 1928. Poco se conoce de la vida de estos eminentes profesionales que dejaron una huella urbana en la capital colombiana, como no sea su magnífica obra, identificada siempre con su firma, una placa de piedra discretamente ubicada sin falta a un lado de las construcciones.


Casanovas y Mannheim  estuvieron en Bogotá hasta 1940 en Bogotá, donde brillaron no solo por grandes edificios como el hotel Granada –trabajo compartido con Manrique Martín e hijos–, sino por una extensa e intensa obra residencial que por fortuna se conserva en gran parte, aunque no de forma adecuada en muchos casos.

 

Casa de la Av. Caracas con calle 34, demolida de la peor
 forma para ampliación. Solo quedó la fachada como escenografía.
 
Otra en desgracia que pronto caerá. La placa
con los nombres de los arquitectos fue removida
Alberto Saldarriaga Roa señala a Casanovas y Mannheim como los “culpables”  de traer a Bogotá el estilo “inglés” que rápidamente tejió una red en barrios como Teusaquillo, La Merced, Quinta Camacho y El Nogal, y que se constituyó en una nueva forma de vida para el gusto de las clases adineradas, antes dominadas por líneas neoclásicas y por el estilo republicano. Ese estilo Tudor, de arraigo en otras ciudades latinoamericanas con clases altas flemáticas y deseos de vivir a imagen de las británicas, con Santiago y Buenos Aires, se propagaría por barrios bogotanos incluso de clase media.  Y estaban dadas las condiciones, por el cielo plomizo y el clima frío y eternamente lluvioso de la ciudad.
 

Los dos chilenos trabajaron en Colombia con su compatriota Arnoldo Michaelsen. De hecho algunos investigadores afirman que la firma de arquitectos se llamó Casanovas, Mannheim y Michaelsen.


Michaelsen,  nacido en Concepción en 1897, además de arquitecto fue un destacado acuarelista y expuso su obra en varias ciudades colombianas. Se trata de obras a plumilla con motivos coloniales de ciudades como Bogotá, Cartagena, Cali, Tunja, Villa de Leiva, Zipaquirá, Honda, Popayán y Cartago.  Murió en Bogotá el 27 de septiembre de 1963.

Apartamentos construidos por la firma en la cra. 5a. con 13
 
Alberto Escovar recuerda que entre los colaboradores del estudio de los arquitectos chilenos  figuró el español  Ricardo Ribas Seva (1907-2000), que llegó a Colombia en 1937 huyendo de la Guerra Civil.  Allí trabajo en varias obras, entre ellas el teatro Teusaquillo, aún en pie.

Otro de los colaboradores de los chilenos fue Gabriel Serrano Camargo.


Julio Casanovas nació en Santiago de Chile en 1885 y se graduó de arquitecto en Alemania en 1810. Fue profesor de la Nacional. En 1940 regresó a Chile. De Mannheim se conoce aún menos.
 

Una de las casas más bellas construidas por este dúo fue la de doña María Currea de Aya, en uno de los costados del Gimnasio Moderno. La casa afortunadamente es un bien de conservación y fue adaptada hace un año para el restaurante de Harry Sasson.
 
Casa de doña María Currea de Aya.
Hoy restaurante Harry Sasson
 
Con todo, la piedra con la firma de la casa de arquitectos fue removida al demolerse la tapia de ladrillo a la vista para el nuevo fin de la construcción.


El hotel Granada, el primer hotel de tipo internacional que tuvo la ciudad, no necesita presentación para los colombianos viejos, aunque quizá a los jóvenes no les diga nada el nombre de este edificio afrancesado que fue demolido para dar pazo a la ampliación de las avenidas Séptima y Jiménez.

 
En ese orden de ideas, los dos arquitectos australes también fueron los “culpables” del surgimiento  de toda una escuela de canteros, carpinteros y herreros diestros en la nueva escuela decorativa que generaba tanta demanda para elaborar dinteles, arcos, chimeneas, enchapes de madera, escudos tallados en piedra y cielorrasos.
 




Casanovas y Mannheim "colonizaron" la calle 34 con 14. Las casas a lado y
lado de la vía están dedicadas a centros de planificación familiar y servicios afines


La recopilación bibliográfica de la obra de Casanovas y Mannheim es una asignatura pendiente. La gráfica es relativamente fácil y queremos contribuir a ella, validos de la afortunada costumbre de estos arquitectos de firmar sus construcciones con placas de piedra. Tal como se ve en las imágenes que ilustran esta nota.
 







Una seguidilla de residencias de C y N en la
carrera 17 entre 36 y 37 

 

Casa de la calle 33 entre cras 13 y 14, en
buen estado de conservación


                                       Uno de los diseños más ricos y valiosos de C y M es
                                      este conjunto ubicado frente al parque de Teusaquillo



 
Su obra incluyó también conjuntos de
 casas, hoy cerrados, pero aún vivos
Antigua sede de la Fundación Compartir, de Pedro Gómez, esta
casa de la av. Caracas con 33, hoy permanece casi abandonada


 

 
 
 
 

lunes, 24 de septiembre de 2012

Casa de Nariño: El segundo hogar de muchos colombianos




Sí, vivimos en la Casa de Nariño. O vivimos metidos en la casa presidencial. Se sabe que es la casa de todos los colombianos, pero como trabajamos en ella,  la consideramos nuestro  segundo hogar. Diríamos que no tiene nada de diferente a trabajar en cualquier otro lugar. Aunque la gente piensa que la emoción de hacerlo dura toda la vida. Lo que sí se mantiene es el honor de hacerlo, que además comporta una responsabilidad, como los apellidos.

Lo cierto es que la casona en la que trabaja el mandatario tiene más de una historia.  Y nunca faltan  exageraciones que es bueno desechar.

Vamos por partes. El Palacio de Nariño se llamó primero Palacio de la Carrera, por estar situado en la Calle de la Carrera, que es un pedazo de la actual carrera Séptima que tomó ese nombre porque en ella se libraban carreras de caballos. Y de allí se empezó a llamar genéricamente carreras a las avenidas que iban de sur a norte en la ciudad.



El llamado palacio se construyó en el lugar donde quedaba la casa natal del precursor Antonio Nariño. Desde luego que Nariño no nació en el Palacio de Nariño, ni siquiera en el Palacio de la Carrera, como parecen creer algunos.


Es más, el actual palacio no tiene nada que ver con aquello. Porque aquella sede presidencial, cuya construcción fue ordenada por Rafael Reyes en 1908, solo ocupaba un pequeño pedazo de terreno con frente a la carrera Séptima.


Con el tiempo, esa casa con frente neoclásico, llamada con bastante generosidad palacio, se fue extendiendo hacia la parte trasera e incluso tuvo una entrada para carruajes y luego automóviles por la carrera Octava. El 9 de abril de 1948, por ejemplo, cuando era presidente Mariano Ospina Pérez, aun tenía ese tamaño largo y angosto que impedía ampliaciones apenas adecuadas.


Por eso cuando niños y grandes visitan la sede presidencial piensan que en sus salones transcurrió la historia de varios siglos, cuando en realidad diríamos que más de un 70 por ciento del edificio es nuevo, es decir, tiene solo unos treinta y tantos años de construido. 
Terminada la obra, los peatones podían cruzar frente al
Palacio. Poco tiempo después se instalaron las verjas de seguridad
Porque lo que se conoce como Casa de Nariño prácticamente viene de 1979, cuando se empezó a utilizar la obra hecha con amplitud y generosidad y derroche de piedra bogotana, en lo que durante años estuvo casi abandonado, desde 1954, cuando Rojas Pinilla decidió irse al Palacio de San Carlos y hasta 1980, cuando el presidente Turbay Ayala regresó a una obra impulsada por su antecesor López Michelsen (1974-78), que sin embargo había comenzado en 1972 pero con ambiciones mucho menores.


Y en esos 25 años tuvo distintos destinos, principalmente sede de la Cancillería, ya que el salón Amarillo o de credenciales, que aún lleva ese nombre, era el lugar indicado para recibir a los nuevos embajadores. La ley 10 de 1949 ordenó la construcción de la sede presidencial y el despeje de varias manzanas del centro bogotano para conformar una zona de edificios públicos, lo cual finalmente se hizo a medias y se concretó en el llamado Centro Administrativo Nacional (CAN).
Pero volvamos a la historia.
La citada ley ordenó  construir en Bogotá el nuevo palacio para residencia de los Presidentes de Colombia, “aprovechando para ello el sitio ocupado actualmente por el edificio llamado Palacio de la Carrera, y las zonas adyacentes de propiedad particular, comprendidas entre las carreras séptima y octava, así como las demás que juzgue necesarias”. 
 
La norma (art. 2°, declaró de utilidad pública la adquisición de las edificaciones necesarias para edificar sobre ellas el palacio y facultó al Personero Municipal de Bogotá para proceder a la compra o expropiación, si fuere el caso, de dichos inmuebles.
 
El artículo 3 establecía que el gobierno podría ocupar inmediatamente las edificaciones de propiedad particular comprendidas entre las carreras séptima y octava y las calles séptima y octava, y procedería a indemnizar de acuerdo con la ley a las personas naturales o jurídicas que las ocupaban el 28 de abril de 1948.  La misma ley dispuso incluir en las apropiaciones para la vigencia de 1950 “una partida no menor de un millón de pesos” con destino a los gastos que demandara la obra.


Del antiguo palacio queda solo el ala oriental, que fue agrandada hasta ocupar toda la manzana, lo que exigió demoler casas antiguas, entre ellas la que fuera residencia de Camilo Torres y un viejo taller de vehículos oficiales que había en lo que hoy es el extremo suroccidental del palacio. Y también durante varias décadas, como lo señalan las fotografías, lo que hoy es la plaza de armas de la Casa de Nariño fue parqueadero de automóviles luego de que se demolieran las construcciones que allí existieron.

En los 50, luego de demoler las casas, la manzana que hoy es plaza de armas del
palacio sirvió de estacionamiento. Allí quedó la Casa de la Expedición Botánica.


Cuentan los diarios de la época que el palacio construido por Reyes hace más de cien años y que fue diseñado por el francés Gastón Lelarge, costó 198.000 pesos. Y el barrio se conocía entonces como barrio del Palacio, que así se llamaba por el palacio virreinal que quedaba en sus inmediaciones. No La Candelaria, que queda algo lejos y arriba, en la carrera 4ª. con 11. Incluso es más apropiado hablar del barrio de La Catedral o de los cercanos barrios San Agustín, Santa Bárbara o Liévano.



La construcción del actual Palacio de Nariño estuvo a cargo de Estruco Limitada y tuvo un costo de 149 millones de pesos de la época, de acuerdo con una crónica publicada en esos años en el diario El Tiempo. Su interventor fue el arquitecto Fernando Alsina, del Ministerio de Obras Públicas y quien contó con la ayuda de la también arquitecta Olga Tapias.

Otras fuentes históricas precisan que esta ampliación y reforma intervinieron Padilla, Trujillo y Cia. Ltda., que hizo el anteproyecto y estudio en 1968,  con la asesoría de Manuel de Vengoechea De Mier, conocido arquitecto y exalcalde de la ciudad. Padilla presentó otro estudio en 1975 y finalmente se acogió la propuesta de Obregón, Valenzuela y Cia.

Entretanto el diseño del pórtico de columnas de orden jónico que se enfrenta con la parte trasera del Capitolio, fue responsabilidad de los arquitectos Carlos Schloss Pombo y Gabriel Uribe Céspedes.  (2)


Crónica de El Tiempo en 1979

A la antigua casa presidencial, que  tenía 5 mil metros cuadrados, se le agregaron 27 mil metros cuadrados. 1
Entre los aspectos más llamativos de la obra figura el uso de la piedra caliza muy conocida en la ciudad como piedra muñeca o piedra bogotana, producida por la firma Canteras de Terreros, ubicada en Soacha. Allí se utilizaron 4.134 metros de ese noble material.

También merecen destacarse las rejas que circundan la casa casi en su totalidad y que fueron fabricadas por Talleres Grijalba, como lo atestigua la inscripción que llevan algunas torres de esa verja, que anota el año de 1979.

Es de recordar que esa empresa tuvo importante actividad en las décadas de 1940 y 50. Incluso tras los sucesos del 9 de abril de 1948, la empresa Grijalba publicó un aviso en la prensa lamentando los hechos y ofreciendo sus servicios, como puede verse en la imagen.
 


La dotación e inventario del palacio darían para otra crónica. Baste decir que funcionarios de la administración Turbay Ayala causaron una polémica cuando viajaron a Europa a comprar muebles y alfombras.


Pocos son los objetos realmente originales e históricos dentro del palacio y no hay prácticamente nada que haya sido de Bolívar, Santander o Nariño, como a veces se afirma con ligereza. La prensa consultada para este escrito afirma que el tríptico de Andrés de Santa María colgado en palacio estaba avaluado por aquella época en 30 millones de pesos, en tanto que el cuadro del venezolano Tito Salas, que aún adorna uno de los pasillos, estaba avaluado en  12 millones de pesos.

Otras leyendas urbanas aseguran que el palacio tiene una galería de túneles subterráneos e incluso hay quien afirma que Rojas Pinilla tuvo uno que llegaba hasta el aeropuerto para facilitar su huida en caso necesario. No tantos misterios. Si acaso sea cierto que el palacio tiene ventanas blindadas y que fue diseñado con bastante sentido del futuro y la duración, con materiales muy resistentes y paredes de gran grosor, con la experiencia de aquellos años en que se temía un ataque como el que se intentó en el Bogotazo.

Esta foto publicada por El Siglo en 1979 comparaba
la sede presidencial bogotana con la Casa Blanca


El palacio pronto se quedó pequeño y ya en 1987 el gobierno de Virgilio Barco comenzó a buscar para dónde crecer, lo que logró en principio incorporando al Departamento a Administrativo de la Presidencia de la República el edificio adjunto, que era de la Superintendencia Bancaria, y otro más que fue el hotel Imperial y que se utilizó pocos años como sede del Ministerio de Minas.

Por eso les será difícil a los transeúntes de hoy creer que alguna vez esa obra fue considerada signo de opulencia y de riqueza, cuando hoy en día es apenas un lugar digno para el despacho presidencial y hace años resulta insuficiente.



Patio de los Novios. Este sitio marca el fin de la casa
original del Palacio de 1908. Hacia el oeste todo es nuevo.
No parece probable que el palacio deje de serlo por lo pronto, ni que se vaya para otra parte de la ciudad. Hay que destacar que la presencia del gobernante en la zona sirve para mantener la seguridad de ese sector bogotano y ha ayudado a que tenga vida.

Aun así, los transeúntes de hace treinta y no sé cuántos años, cuando pasaban frente a la obra en construcción, se mostraban maravillados de su tamaño y recordamos que un día, aún adolescentes, hicimos una expedición a la distante región del centro, y escuchamos a un camionero que, al volante de su vieja y polvorienta volqueta, comentaba: “¿Van a  vivir mal los berracos, no?"



      (1)    El Tiempo, abril 29 de 1979 pág. 8 A
        Abril 30 de 1979, pág. Última A.

(2)  http://www.banrepcultural.org/exposiciones-itinerantes/Imagen_de_la_arquitectura

 

lunes, 6 de agosto de 2012

El negocio del transporte y el SITP


Bogotá, la ciudad más grande de Colombia, posee también el peor sistema de transporte urbano del país, si es que puede llamarse sistema a un negocio que desde hace medio siglo engorda las barrigas de empresarios privados.  


Exceptuando, desde luego, el sistema Transmilenio, establecido en tiempos del alcalde Enrique Peñalosa hace doce años y que es el único esfuerzo serio de resolver el problema que se ha concretado en todas estas décadas. Tanto que aún hasta sus detractores, los alcaldes posteriores, viven del invento.


Pero es sabido que Transmilenio fue concebido como parte del Sistema Integrado de Transporte Público y ambas cosas han sido dilatadas en las últimas administraciones capitalinas, con negligencia y mala fe, hasta llegar a comprometer su supervivencia.


Al nuevo alcalde se le ha oído decir que el SITP va a entrar en operación gradualmente en este segundo semestre y para ello supuestamente se hacen pruebas piloto. Ojalá así fuera, por el bien  de los habitantes de esta ciudad convulsionada por la inoperancia de sus autoridades. Pero aún no  se ve mayor cosa.


A nadie le cabe en la cabeza que en pleno 2012 los habitantes de una ciudad de cerca de 8 millones de habitantes tengan que acudir para llegar a sus sitios de trabajo, estudio, negocio o familia en vehículos tan inapropiados, que se detienen en cualquier parte y que hacen recorridos eternos, contaminando el ambiente, maltratando a los pasajeros y estorbando a los demás, lo que se traduce en una gran pérdida de tiempo.


Hace diez años el expresidente Alfonso López Michelsen se refirió al problema de las chimeneas ambulantes con algo de preocupación por su impacto en la calidad de vida de los capitalinos.


“Es un sistema prácticamente inexplicable. Cien buses con un solo pasajero, con el precio de la gasolina subiendo de mes en mes. Haciendo recorridos larguísimos, un bus detrás de otro, sin que uno se explique cómo pueden sostener económicamente personas sin recursos ese gasto consistente en el precio de los combustibles y en el desgaste de los equipos”, declaró el fallecido estadista al periodista Carlos Gustavo Álvarez.1


Pero López seguramente sabía que detrás de esos convoyes de chatarra, de carromatos de circo, de buses destartalados y humeantes, se esconde un gran negocio que pasa como servicio desde hace cinco o seis décadas.


Uno se pregunta por qué en las avenidas de Bogotá los autobuses no circulan con una frecuencia determinada, cada 5 o cada 10 minutos, por ejemplo, sino que transitan de tres en tres de compañías diferentes en una guerra por los pasajeros. Y por qué generalmente no se detienen en las paradas demarcadas sino en otras partes –incluyendo la mitad de las vías–­, en una especie de reto a las normas. Parecen marcando territorio.


Esa es la explicación por la que se retrasa y se aplaza cada dos o tres meses la entrada en marcha del Sistema Integrado, que contempla medidas tan elementales como tener vehículos apropiados, paraderos fijos, tarifas unificadas y una administración de horarios y frecuencias, y conductores medianamente calificados.


En cuanto a la parte ambiental, Bogotá se ha hecho legendaria por su atmósfera turbia  y negra, y sus edificios manchados por el humo de los buses viejos. Tampoco a nadie le cabe en la cabeza que puedan circular estos generadores de gas carbónico y que las autoridades no hagan nada.  En eso tiene mucha responsabilidad la mala calidad del combustible nacional.


Pero dentro de este panorama de confusión, sale a decir un ministro de Minas  que el diesel que se vende en Bogotá es tan bueno como el de Frankfurt o de Boston.  Uno se pregunta si el diesel que se vende en Colombia es uno de los más limpios del mundo, con qué clase de purgante trabajan los buses y busetas de Bogotá, inclusive los articulados de Transmilenio.


Y mientras tanto se mantiene el negocio para los transportistas y el suplicio para los habitantes de la ciudad. La administración actual tiene en sus manos la posibilidad que desecharon casi todas las anteriores de pasar a la historia. Pero por ahora todo son globos, como los del tranvía, el tren ligero, el metro ligero y otras tonterías que tiene de todo menos hacerse ligero. En esto no se puede seguir improvisando y dilatando.



(1)  Bogotá de Memoria. EPM, Bogotá 2002

lunes, 30 de julio de 2012

Urbanidad y urbanistas (2). Tras las huellas de Fernando Martínez Sanabria



Hace varios años un grupo de edificios residenciales ubicados en la carrera 7ª con calle 84, de Bogotá, se encuentra deshabitado y abandonado a la espera del turno de demolición y de seguro se espera utilizar estos terrenos enormemente valorizados para construir edificios de oficinas.


En ese mismo lugar ya fue demolido hace algunos años un pequeño edificio construido por el fallecido arquitecto hispano-colombiano Fernando Martínez Sanabria, que precisamente vivió allí hasta su muerte en diciembre de 1991, en un amplio apartamento que se destacaba por su gigantesco estudio abarrotado de libros.


  
Martínez Sanabria, conocido por sus amigos como “Chuli”, fue el autor también de los edificios restantes que ocupan el costado occidental de la 7ª entre la 84 y 85 y por si fuera poco, también diseñó el edificio del frente.


Se trata, de sur a norte, de los edificios de Blanca M. de Ponce, Elvira de Ogliastri, Alfonso Giraldo y El Retiro, y un poco más allá el edificio Mallarino, éste último burdamente desfigurado.


Autoridad en música y artes plásticas, Martínez Sanabria tuvo una renombrada  biblioteca y una famosa colección de discos en el enorme estudio de su apartamento del Edificio Ogliastri, demolido hace diez años, y cuyo terreno fue cerrado con una tapia de bloques que ahora sirve de tablero de carteles de espectáculos.

Edificio Ogliastri, donde vivió Martínez Sanabria hasta su muerte (*)

Y la sucesión de construcciones del autor en la 7ª con 84  no termina allí, pues al frente se encuentra el edificio Colinsa, propiedad de Julio Mario Santo Domingo, que tenía un enorme penthouse con cancha de tenis.


Y este edificio de siete plantas tiene una historia según la cual una pared irregular que sobresale de la fachada de manera diagonal y caprichosa, fue un recurso con el que se logró agrandar el apartamento de Santo Domingo con el único fin de que cupiera la mesa de unos muebles de comedor traídos por el empresario de Polinesia.



Resulta muy interesante para el observador urbano constatar que gran parte de la obra de Martínez Sanabria está concentrada en unos pocos sectores casi contiguos. El Retiro, Antiguo Country, El Refugio y Rosales; entre las calles 70 y 87 hay una huella urbana  suya que puede recorrerse prácticamente en minutos.


Pese a que su obra, como la de otros constructores, fue parcialmente arrasada, lo que dificulta reconstruirla dentro de la memoria urbana, hay dos o tres lugares en los que sus construcciones sucesivas ocupan manzanas continuas. Y diríamos que el arquitecto se especializó en construir por zonas.


Nacido en Madrid en 1925, el urbanista llegó a Bogotá con su familia en 1938, por invitación del Presidente Eduardo Santos. Su padre, Fernando Martínez Dorrien, fue secretario de Manuel Azaña. En Bogotá, Martínez terminó estudios en el Gimnasio Moderno y se graduó de arquitecto en la Universidad Nacional en 1947, es decir, a los 22 años.


Hace pocos meses el Presidente Juan Manuel Santos recordó que Martínez Sanabria fue quien diseñó la casa de su padre, Enrique Santos Castillo, situada en los cerros orientales, en el sector conocido como El Refugio. Ésta colindaba con la de Hernando Santos Castillo y estaba muy cerca de las casas Wilkie y Calderón, todas ellas obra del arquitecto, construidas alrededor de 1960 y ejemplos de mejor arquitectura moderna colombiana.


“Tuve el inmenso privilegio de crecer en una casa –en los cerros de Bogotá– construida por el arquitecto español Fernando Martínez Sanabria; le decían El Chuli –nacionalizado colombiano–, quien fue pionero de la arquitectura moderna en Colombia y es muy recordado, es muy querido en toda Iberoamérica” afirmó Juan Manuel Santos el 11 de octubre de 2011, en la VII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo, en Medellín.


“Y entonces discutían y finalmente le decía El Chuli a mi padre –mi padre era periodista–: Mira, Enrique. Tú dedícate a titular bien las noticias y yo me dedico a construir bien tu casa”, recordó Santos ese mismo día, para terminar confesando que desde entonces entendió la importancia de la arquitectura hecha con pasión y que una buena obra impacta a la vista y genera sentimientos de arraigo y de pertenencia.


Es cierto que la obra de Martínez Sanabria tuvo mucho que ver con casas y pequeños edificios residenciales.


Por fortuna se conservan la casa de Enrique Santos y la vecina de su hermano Hernando, ambas de 1962, situadas en la carrera 4a con 87, así como las de sus parientes Teresa Calderón de Wilkie y Cecilia de Calderón, esta última de 1964.


También se han salvado de la demolición la casa de Hans Ungar (1960), en la cuesta de la 80, y la de Alberto Zalamea y Marta Traba, del mismo año, que se construyó en la calle 77 con 1ª, muy cerca de la de los padres del arquitecto.


Con menos suerte corrieron una serie de casas adosadas por los lados de la 14 con 84 y 85, varias de ellas pertenecientes a la familia Ponce de León, cliente frecuente del autor.


Pero no por todo esto puede olvidarse su participación en obras de repercusión masiva, digamos, como la “nueva” plaza de Bolívar, que diseñó en 1960, por concurso, y que aún se conserva. Ese espacio público, acaso el más importante de la nación, exhibe desde entonces una forma de explanada, y la inclinación natural del terreno se salvó  con dos ligeros declives.



Y el que fuera hotel Bogotá Hilton, edificio de 41 pisos pensado inicialmente como Residencias San Martín, en la zona homónima. Hoy, luego de dos décadas de abandono, este edificio funciona como torre de oficinas al lado de un desafortunado rascacielos complementario que por fin empezó a tener uso.


Es más discreto el edificio de la Presidencia de Bavaria, en la calle 94 con 8ª y camuflado entre los árboles del Chicó.


El arquitecto hispano-colombiano también alcanzó a hacer una propuesta para la revitalización del área de la antigua fábrica de Bavaria, en la misma zona de San Martín, que nunca se construyó.




Martínez Sanabria fue uno de los anfitriones de la visita de Le Corbusier a Bogotá y mantuvo estrecha amistad no solo con éste, sino con Paul Lester Wiener y José Luis Sert. Además, fue gran amigo de Rogelio  Salmona. De ello se conserva una interesante correspondencia.


No cabe en esta nota más historia del arquitecto. Cosas increíbles como que por ejemplo que en los 50 hubo detectives detrás de él en busca de argumentos para expulsarlo el país.


Lastimosamente no se ha hecho justicia con toda su obra. Eso pasó con esa manzana de obra viviente de Martínez quien incluye su propio edificio de habitación, ya demolido, y otros tres que podrán correr una suerte similar. Hagamos algo para preservarlos, pero en buenas condiciones.





(*) Edificio Ogliastri (1957)

Foto de Hernán Díaz tomada el libro Fernando Martínez Sanabria, de Alberto Zalamea, Fernando Montenegro y Rodolfo Velázquez. Bogotá, Molinos Velásquez Editores, 2008